La situación que estamos viviendo en estos días de alarma sanitaria y confinamiento está teniendo consecuencias dolorosas y difíciles de afrontar, particularmente para quienes han perdido a un ser querido, ya sea por la infección por coronavirus, o por otras causas. Se recogen aquí una serie de reflexiones y orientaciones aportadas por las psicólogas Sandra Poudevida y Ángeles Castillo, terapeutas del Área Social y de Divulgación de la Fundación Pasqual Maragall.
Tras el fallecimiento de un ser querido se inicia un proceso de duelo, necesario para reencontrar de nuevo el equilibrio emocional y dar sentido de nuevo al día a día asumiendo la ausencia de esa persona. Este proceso suele seguir unas fases, que pueden variar según las características y circunstancias de cada persona.
En momentos excepcionales, como el actual estado de alarma, con confinamiento (y en muchos casos, aislamiento) forzoso, la elaboración del duelo es particularmente difícil. Las características de la situación comportan unos niveles de tensión o estrés, que pueden afectar a la fortaleza y al equilibrio mental, como:
De forma generalizada, se está viviendo un periodo de malestar emocional que se añade al sufrimiento de quienes han perdido a un ser querido en estas circunstancias: temor a contraer el virus, a que se contagien nuestros familiares, la preocupación por nuestros seres queridos que están distanciados de nosotros, la preocupación económica, la incertidumbre… La situación de confinamiento conlleva a menudo síntomas de ansiedad y depresión fluctuantes.
Será especialmente difícil aceptar la realidad de la pérdida si no hemos podido estar cerca de nuestro familiar en sus últimos momentos ni participar en los rituales posteriores, el funeral o el entierro. Se trata de un proceso que lleva su tiempo porque implica no solo una aceptación racional sino también emocional.
Cada proceso de duelo es único e individual y, aunque no hay fórmulas infalibles, ofrecemos algunas recomendaciones para facilitar su elaboración:
A pesar del impacto que la pérdida de un ser querido supone en nuestras vidas, es crucial recordar la necesidad de cuidarse uno mismo. Es absolutamente normal sentirse sin energía ni ganas de nada, pero es muy importante recordar que hemos de cubrir unas necesidades propias de nutrición, de ejercicio físico y de descanso.
Podemos, por ejemplo, practicar alguna técnica de relajación, meditar, escuchar música, practicar la oración o buscar momentos de reflexión que inviten a la tranquilidad y la paz interior. También, y sin prisa, iremos introduciendo actividades placenteras en nuestra vida, cada cual a su ritmo.
A menudo, es habitual sentir culpa por tratar de volver a rehacer la propia vida sin el ser querido fallecido. La culpa es un sentimiento con alto arraigo cultural, pero hemos de esforzarnos por desecharlo puesto que no podemos atribuirnos todo aquello que no depende de nuestra voluntad.
En la mayoría de casos es inevitable necesitar ayuda y sentirse acompañado, y no hay que dudar en pedirlo. A veces esperamos que los demás nos ayuden espontáneamente pero, en ocasiones, los que nos rodean puede que se mantengan al margen por respeto, por no entrometerse, o por no saber cómo pueden ayudarnos. Pedir ayuda no es sinónimo de debilidad, se trata de un acto de valentía en el que se asumen las propias necesidades y limitaciones. Lanzarse a pedir ayuda facilita la comunicación con otras personas que nos quieren y que, probablemente, estarán encantados de poder ayudar.
El duelo es un proceso normal y natural que, normalmente, no precisa tratamiento por parte de un especialista. Sin embargo, es conveniente solicitar ayuda profesional cuando uno se siente estancado en el dolor o ante algunas situaciones mantenidas en el tiempo como las que aquí se exponen:
Los niños y jóvenes también tienen que recibir información adecuada respecto a la pérdida de su familiar. Es una conversación que puede resultar incómoda, por un instinto protector que nos lleva a evitarles vivencias dolorosas. Pero, no porque no se hable con ellos van a dejar de experimentar dolor ni pensar en ello y, su imaginación, suele desvirtuar mucho la realidad y puede conllevar temores y pensamientos irracionales que, si no se habla con ellos, no podrán compartir ni se les podrá aliviar. Las vivencias vitales, aunque sean tan dolorosas como la muerte, les ayudan en su comprensión del mundo y de nuestra naturaleza. La muerte es algo que nos llega a todos, sin excepción, por lo que no hay que mantener a los niños al margen de ella.
Habrá que adaptar las explicaciones a la edad y capacidad de comprensión del niño o joven, de forma similar a cuando se quiere abordar con ellos otras cuestiones difíciles o dolorosas, como explicar la enfermedad de Alzheimer de un familiar.
Recomendamos consultar la publicación de la guía del COPC (Colegio Oficial de Psicólogos de Catalunya), en las que también se ofrecen recomendaciones para afrontar la muerte de un ser querido durante el confinamiento por COVID-19.
El duelo es un proceso necesario, natural e inherente al ser humano. Acompáñalo, escucha tus emociones, siente el dolor, la rabia y la impotencia e intenta canalizarlas sin juzgarlas. Es un proceso temporal que, progresivamente, llevará a encajar la nueva situación con serenidad.