Chlamydia trachomatis es una bacteria parasítica, es decir que sólo puede sobrevivir en el interior de las células (intracelular). Suele causar infecciones a nivel genital, que son más habituales en mujeres, y a nivel ocular, produciendo tracoma (inflamación de la conjuntiva), pudiendo llegar a causar ceguera. La respuesta inmune es esencial en el control de esta infección [1].
Chlamydia infecta principalmente las células que revisten nuestros órganos y mucosas llamadas células epiteliales. También puede infectar células inmunes, como los monocitos . Cuando este patógeno entra en nuestro cuerpo y causa una infección, se activa tanto la inmunidad innata como la adaptativa. De hecho, la inmunidad innata es clave en el primer reconocimiento de esta bacteria, ya que es capaz de reclutar a muchas clases distintas de células inmunes para que trabajen en equipo, eliminando el patógeno [2] [3].
Los primeros componentes en actuar son los macrófagos y/o las células dendríticas . Su función es engullir y destruir las bacterias, pero también informar de su presencia a otras “fuerzas especiales”, como los linfocitos T [1]. Aparte, las células epiteliales que han sido infectadas también ejercen una función importante: producen citoquinas , que avisan y activan a más células, como las Natural Killer (NKs). ¿Y por qué es tan importante que se activen estas últimas? Es importante porque las células NKs pueden eliminar esas células infectadas, evitando que se multipliquen con la bacteria dentro [2].
Dicho esto parece que nuestro organismo está bien preparado para responder, atacando y acorralando la bacteria por muchos bandos distintos. Sin embargo, uno de los graves problemas de la infección por Chlamydia, es que la bacteria ha desarrollado por sí misma la capacidad de obstaculizar o reprimir los mecanismos que tienen nuestras células para reconocerla, entrando así en un estado “durmiente”. Al no ser reconocida, baja la respuesta del sistema inmunitario, y es entonces cuando la bacteria aprovecha y se reactiva. Esto puede provocar una nueva respuesta inmune más potente que la primera y causar graves daños en nuestros tejidos [2]. Este fenómeno es lo que hace tan difícil el tratamiento de las infecciones por Chlamydia, que a menudo se prolongan en el tiempo.
¿Cómo puede ayudar la Micro-Inmunoterapia en este caso?
La Micro-Inmunoterapia utiliza citoquinas como la interleuquina 1 y 2 así como el interferón alfa, esenciales en la respuesta frente a las infecciones bacterianas. Estas citoquinas se utilizan en diluciones moduladoras para ayudar al sistema inmunológico a detectar a esta bacteria y activar las células inmunes encargadas de destruirla, sin provocar una respuesta inmune excesiva. Además, mediante la utilización de ácidos nucleicos específicos, se busca frenar la multiplicación de la bacteria. Su finalidad es, por tanto, modular el sistema inmune y trabajar con el propio organismo para que éste responda de forma adecuada frente a la infección por Chlamydia.
Bibliografía