Muchas investigaciones demuestran que las abejas están sufriendo un descenso de sus poblaciones y que, incluso, algunas especies están en peligro de extinción. Las causas principales son la urbanización de los campos, la introducción de nuevas especies, el cambio climático y el uso de pesticidas. Este último, un factor que ha sido abierto a debate recientemente. Mientras que algunas ONGs como Greenpeace instan a prohibir un tipo determinado de pesticidas, los neonicotinoides, los organismos encargados de hacerlo consideran que hay una carencia de estudios.

Las abejas se encuentran un cóctel de productos en el campo, que pueden ser tóxicos incluso en dosis bajas, porque actuan en conjunto

Los ecólogos del CREAF y la UAB, Jordi Bosch y Anselm Rodrigo, defienden que hay pruebas suficientes para demostrar que los neonicotinoides son perjudiciales para las abejas. Y además, ponen de relieve el verdadero escenario que se encuentran estos insectos en los campo de cultivo: un cóctel de productos que actúan simultáneamente. “No sólo se trata de la intoxicación por insecticidas. La agricultura intensiva se sirve también de fungicidas y otros tratamientos. De hecho, algunos de los que se anuncian como inocuos para las abejas, en combinación con otros productos químicos pasan a ser peligrosos ” explica el Dr. Rodrigo.

Los efectos de los plaguicidas no son sólo la mortalidad de abejas

En un estudio reciente, Jordi Bosch y otros investigadores de Italia y Polonia analizaban el efecto de dosis bajas (no letales) del fungicida propiconazol y el neonicotinode clotianidina. “Es importante analizar dosis similares a las que las abejas experimentan en el campo, para encontrar un resultado realista de cómo les afectan los productos químicos. En este caso, lo comparamos en la abeja de la miel (Apis melifera), el abejorro (Bombus terrestris) y una especie de abeja silvestre (Osmia bicornis)” comenta el investigador del CREAF. Y sigue: “Los resultados muestran que, a las dosis utilizadas, los dos productos por separado no son tóxicos, pero cuando la abeja los ingiere a ambos se produce una mortalidad muy significativa. De las tres especies, la más perjudicada es la abeja silvestre”.

Pero no sólo se trata de medir cuántas abejas mueren a causa de los insecticidas, sino que los efectos van más allá. Según Anselm Rodrigo, “el uso de plaguicidas en los campos de cultivo también tienen consecuencias previas a la muerte, como pueden ser el aturdimiento o los cambios de comportamiento. Por ejemplo, en campos fumigados, las abejas de la miel hacen menos bailes para orientarse antes de salir de la colmena y esto provoca que orienten a menos compañeros para forrajear, que algunas se pierdan y no vuelvan a la colmena, o que necesiten más tiempo para buscar las flores —y por lo tanto sean menos productivas—”. Esto podría explicar, entre otros motivos, porque muchos apicultores se encuentran las colmenas cada vez más vacías, un fenómeno que se conoce como síndrome del despoblamiento de la colmena.

Abejas de la miel en España: una entre mil

“Un error común que se comete al poner estos temas sobre la mesa es hablar sólo de las abejas de la miel. El número de colmenas de la abeja melífera ha disminuido en algunos países, pero si se estudia la especie a nivel global no podemos decir que esté en peligro de extinción. Son las abejas silvestres las que están sufriendo un fuerte declive” aclara el Dr. Bosch. Y sorprende con un dato “En España en concreto, la proporción entre abejas silvestres y la abeja de la miel es 1000 a 1. Es evidente que tenemos que estudiarla, pero no de forma aislada, porque las otras especies también intervienen en la polinización y la producción de los campos, y también se ven afectadas por los insecticidas”.

De los efectos locales a los efectos a gran escala

Perjudicar a las abejas no termina con la muerte de estos insectos, sino que tiene implicaciones a gran escala. Este declive significa una pérdida de biodiversidad, desfavorecer una pieza clave de los ecosistemas y sus redes alimentarias, y disminuir la polinización de los campos de cultivo.

No podemos olvidar también que los neonicotinoides permanecen en el suelo y, por tanto, pueden llegar a los acuíferos o al aire, a través del polvo que levantan los tractores. El ciclo, pues, también podría suponer un problema para la salud humana. “El futuro pasa por cambiar la agricultura intensiva y el monocultivo por una agricultura cada vez más ecológica y basada en los servicios ecosistémicos” concluyen los investigadores del CREAF y la UAB.

Artículo de referencia:

Sgolastra F., Piotr Medrzycki, Bortolotti L., Molowny-Horas Roberto, Bosch J. et al. Synergistic mortality between a neonicotinoid insecticide and an ergosterol-biosynthesis-inhibiting fungicide in three bee species. Pest Management Science 73 (6), 1236-1243. DOI 10.1002/ps.4449

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