La apraxia es un síntoma de disfunción neurológica que se manifiesta con una alteración de la capacidad para ejecutar movimientos precisos y coordinados, sin que se pueda explicar por problemas motores físicos o sensoriales. La apraxia constituye uno de los síntomas cognitivos habituales de la enfermedad de Alzheimer y, aunque es un fenómeno complejo y que se puede categorizar en distintos tipos, en este artículo hablaremos de ella en términos generales y daremos algunos consejos para tratar de gestionar su impacto en el desarrollo de las actividades de la vida diaria.
Desenvolverse autónomamente en la vida cotidiana requiere llevar a cabo un gran tipo de acciones de movimiento precisas y coordinadas. Algunas requieren el uso de herramientas o instrumentos (como para cocinar, comer, peinarse, lavarse los dientes…) y otras no (como realizar gestos que ayudan a la comunicación: saludar con la mano, pedir silencio…).
Actividades como vestirse o asearse, por ejemplo, requieren, además, una secuencia de acciones en distintos pasos y movimientos finos de los miembros superiores (como para ponerse un jersey, abrocharse botones, atarse los cordones de los zapatos…).
La manifestación de la apraxia, de alguna forma, se debe a que dada la afectación neuronal, se produce como una desconexión entre la idea de realizar una tarea y la propia ejecución de la misma. Por ejemplo:
Es difícil aislar un problema apráxico del resto de problemas cognitivos que presenta una persona con demencia. Así, sea por la apraxia o por la agnosia, puede usar un cepillo de dientes para peinarse, sea porque no reconoce adecuadamente el objeto, o porque confunde la forma de uso del mismo y el programa de movimientos asociado
También puede suceder que, sea por la apraxia o por la alteración de otras funciones cognitivas complejas (como las funciones ejecutivas, que están relacionadas, entre otras cosas, con la secuenciación y la planificación) cometa errores en el orden del vestir y se ponga la ropa interior encima de los pantalones.
A veces ocurre que, acciones que las personas afectadas no son capaces de realizar cuando se les solicita, sí pueden hacerlas por imitación o, de forma espontánea, si se encuentra en el contexto natural en que se realizan tales actos. Por ejemplo, si le pedimos que diga adiós con la mano tal vez no sepa cómo hacerlo, pero al despedirse de alguien probablemente lo hará correctamente y sin esfuerzo, o nos imitará cuando nosotros lo hagamos. Es como si el cerebro de la persona afectada, sin contexto, no fuera capaz de programar expresamente los movimientos a realizar.
Observemos qué es lo que no puede hacer para poder ayudarle, siempre tras anunciárselo, en vez de hacerlo por ella.
No se deben proponer, ni esperar que la persona afectada realice, actividades que requieran de una habilidad que la persona ya ha perdido. Es el caso, por ejemplo, de determinadas actividades manuales elaboradas, como puede ser hacer bricolaje o coser. Insistir en ello, probablemente generará malestar y frustración. Es preferible optar por actividades que le resulten fáciles y agradables, para minimizar la apatía.
Ante la aparición de dificultades en las actividades de la vida diaria hay que simplificar. Por ejemplo, podemos:
La capacidad para realizar acciones y actividades no se altera en el mismo orden en todas las personas con Alzheimer. Dependiendo de la experiencia previa con cada actividad, o de la intensidad de otros síntomas cognitivos, el patrón de comportamiento puede variar considerablemente. En cualquier caso, es importante hacer todo lo posible para fomentar la autonomía de la persona afectada el máximo tiempo posible y tratar de potenciar las habilidades conservadas. Por eso es importante no insistir en lo que vemos que obviamente no puede realizar y animarla a seguir haciendo aquello que, aunque sea con ayuda, aún puede hacer.
Como ante tantas otras situaciones, cuando nos enfrentemos a las consecuencias cotidianas de la apraxia en una persona con Alzheimer, necesitaremos altas dosis de paciencia, afecto y empatía.