El Dr. Juan Ángel Recio, responsable del grupo de Investigación Biomédica en Melanoma del Vall d’Hebron Institut de Recerca (VHIR) y el Dr. Vicenç García-Patos, jefe del Departamento de Dermatología del Hospital Vall d´Hebron, han estudiado las alteraciones genéticas y la evolución tumoral en una paciente con la enfermedad nevus de Ota que desarrolló un melanoma maligno dérmico, comparándolas con otras lesiones melanocíticas molecularmente emparentadas, los nevus azules. Los resultados de la investigación, publicados en Pigment Cell and Melanoma Research y Oncotarget, sugieren la necesidad de recurrir a la combinación de técnicas histológicas y genéticas, para el correcto diagnóstico de muchos de estos casos.

El nevus de Ota es una enfermedad cutánea y ocular que consiste en una hiperpigmentación que afecta a la piel de un sector de la cara y el ojo, siguiendo el trayecto del nervio trigémino. Está producido por una proliferación de unas células llamadas melanocitos, que aparecen aumentadas en número y tamaño en estas lesiones. Aunque son poco frecuentes, se ha descrito que, al igual que los melanomas uveales y los nevus azules, contienen mutaciones en el gen GNAQ, existiendo el riesgo de que pueda malignizar y volverse mortal.

El estudio está basado en el caso de una paciente de 28 años, que acudió al especialista porque el quiste sebáceo que le habían diagnosticado 12 años atrás, había empezado a crecer en los últimos 6 meses. El dermatólogo decidió extirpar el quiste, pero el resultado fue que era un melanoma dérmico maligno.

Al cabo de unos meses, la paciente fue recomendada al Hospital Universitario Vall d’Hebron para hacer el seguimiento de su caso, y los oncólogos Dr Javier Cortés y Dra. Eva Muñoz-Cosuelo descubrieron que el tumor se había desarrollado en el mismo lugar ocupado por un nevus de Ota localizado debajo del cabello. En esta fase fue cuando el equipo del Dr. Recio analizó la histopatología del tumor (Dra. Berta Ferrer) y sus características moleculares, y descubrió que el tumor se había desarrollado a partir de la malignización de la lesión benigna (nevus de Ota) que portaba probablemente desde su nacimiento. Un año más tarde la paciente desarrolló un nuevo tumor exactamente en la misma zona donde se extirpó el primero. El análisis histológico y genético de la nueva lesión efectuado por el Dr. Recio en colaboración con la Dra. Ana Vivancos, responsable del grupo de Genómica de Cáncer del Vall d’Hebron Instituto de Oncología (VHIO), reveló que el nuevo tumor era genéticamente diferente al primario. Según el investigador, “el seguimiento de la evolución de la paciente permitió evidenciar la heterogeneidad tumoral del melanoma en la progresión maligna de la enfermedad”. Tener en cuenta esta evolución del tumor es importante, ya que las terapias dirigidas contra el cáncer se basan en la detección de alteraciones genéticas en uno o varios genes.

Dada la evolución observada en este tipo de cáncer dérmico, el Dr. Recio asegura que el conocimiento del tumor y de las mutaciones que coexisten en una misma célula tumoral “es esencial para entender los mecanismos convergentes implicados en la progresión, establecer el pronóstico y administrar terapias efectivas”.

Tras este caso, los investigadores analizaron la evolución de las mutaciones implicadas en la malignización de unas lesiones emparentadas, los nevus azules, ya que estos comparten con el nevus de Ota y los melanomas uveales las mutaciones iniciadoras de la lesión (GNAQ). Los análisis efectuados en el melanoma desarrollado a partir del nevus de Ota mostraron que desarrollaban la misma mutación maligna observada en los melanomas uveales, que impedía la actividad de la proteína BAP1. En cambio, el nevus azul no presentaba esa mutación, pese a estar también relacionado con la posibilidad de malignizarse y acabar con un desenlace fatal.

Para determinar qué estaba sucediendo, los investigadores miraron las células malignas del nevus azul con técnicas histológicas y descubrieron que efectivamente, la proteína BAP1 estaba presente, pero no podía realizar su función normal por estar deslocalizada, en lugar de estar en el núcleo de la célula, se localizaba en el citoplasma. De manera que estos tumores habían seleccionado en su evolución maligna un mecanismo diferente para llegar al mismo fin, inactivar BAP1. Por ello, el Dr. Recio asegura que “la genética a veces no es suficiente para el diagnostico ni el pronóstico correcto”, ya que en este caso el gen buscado no se encontraba mutado, pero no podía realizar su función correctamente.

Gracias a la investigación de su caso, la paciente pudo recibir un tratamiento personalizado de acuerdo a las particularidades de su enfermedad. En la actualidad la paciente está limpia de enfermedad.

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