Gracias al éxito de la terapia antirretroviral, la comunidad científica se enfrenta hoy en día a un reto inesperado hace años: el envejecimiento de las personas con VIH. La infección por el virus del sida causa un envejecimiento prematuro del sistema inmunitario y una inflamación crónica en los pacientes, que se traduce en un aumento de la propensión a patologías renales, osteoporosis, algunos cánceres, deterioro cognitivo y enfermedades cardiovasculares.

El enorme éxito de la terapia antirretroviral contra el VIH ha permitido que la esperanza de vida de los pacientes con VIH sea cada vez más similar a la de la población seronegativa. Este hecho ha conducido a una situación inesperada hace unos años, pero a la vez gratificante: el envejecimiento de las personas con VIH. En 2018 se han cumplido 35 años de la publicación, en la revista Science, del artículo en el que se identificaba que el agente causante del sida era un retrovirus. Ahora, los que lograron sobrevivir a aquella época y sobre todo los que fueron diagnosticados tras la aparición de la triple terapia antirretroviral (TAR) llegan a edades avanzadas en las que se evalúa qué consecuencias puede tener el hecho de envejecer siendo portadores del VIH. El Instituto de Investigación del Sida IrsiCaixa, impulsado conjuntamente por la Fundación Bancaria “la Caixa” y la Generalitat de Catalunya, y la Fundación Lucha contra el Sida investigan estas consecuencias, tales como que el virus causa un envejecimiento 5 años prematuro del sistema inmunitario, además de incrementar el riesgo de tener patologías cardiovasculares, osteoporosis y problemas renales, entre otros.

“El sistema inmunitario, como cualquier otro órgano, envejece con el tiempo. Y en las personas con VIH este proceso, conocido como inmunosenescencia, es prematuro debido a que su inmunidad ha estado permanentemente activada, trabajando, debido a la presencia de una infección crónica”, explica Julià Blanco, investigador IGTP en IrsiCaixa, donde lidera el grupo de Virología e Inmunología Celular.

“Más de un 50% de los 3.000 pacientes que se visitan en nuestra Unidad de VIH, en el Hospital Germans Trias i Pujol, tienen más de 50 años. Tenemos pacientes que se infectaron en los años 90 y que ahora se están jubilando”, señala la Dra. Eugenia Negredo, médica y jefa de la línea de Envejecimiento y Complicaciones asociadas al VIH de la Fundación Lucha contra el Sida.

Un sistema inmunitario envejecido

La inmunosenescencia se ve reflejada, por un lado, en una acumulación de células envejecidas que pierden la capacidad de multiplicarse, cosa que es básica para afrontar, por ejemplo, un proceso infeccioso. El número máximo de divisiones que puede hacer una célula está limitado por la longitud de los telómeros, una parte de los cromosomas. El grupo de Blanco trabaja actualmente en una técnica para medir la longitud de los telómeros en las células inmunitarias de las personas VIH+ y poder determinar de una manera más precisa su nivel de envejecimiento prematuro.

El envejecimiento afecta también al número de células CD4, la diana del VIH. “Si las personas que se infectan no son diagnosticadas y comienzan el tratamiento rápidamente, el número de CD4 puede bajar tanto que ya no haya manera de recuperarlo. Y esta carencia sabemos que está relacionada con la inmunosenescencia prematura”, añade Blanco. Esto causa una inflamación crónica del organismo, que se asocia a un incremento del riesgo cardiovascular en personas VIH+. En este sentido, IrsiCaixa y la Fundación Lucha contra el Sida colaboran en un estudio para comprobar si la administración de estatinas, un fármaco contra el colesterol, puede reducir los niveles de inflamación y disminuir así la inmunosenescencia en las personas con VIH.

Diagnóstico tardío mucho más frecuente

“Uno de los grandes problemas en la población de más edad -señala Blanco- es la infección no diagnosticada, que contribuye a una mayor expansión del VIH, una peor recuperación del sistema inmunitario y una mayor inmunosenescencia, lo que agrava las secuelas de la infección”. Según los datos publicados esta semana por el Ministerio de Sanidad, Consumo y Bienestar Social, en el año 2017 el 14,8% de los diagnósticos de VIH en España (sobre un total de 3.381) tenían 50 años o más. Y es en este segmento de población donde predomina más el diagnóstico tardío: desde el 31,1% en los menores de 25 años, hasta el 65,2% en los mayores de 50 años. En Cataluña, según datos del CEEISCAT, en 2017 hubo 578 nuevos diagnósticos, de los cuales un 8,8% fueron en personas de 50 años o más, y un 59% de los mayores de 55 años presentó diagnóstico tardío.

El grupo de Blanco colabora con el de Negredo, que coordina una cohorte de 200 personas con VIH mayores de 60 años. “La gente incluida en estas cohortes lleva un promedio de 20 años de infección. Esto implica muchos años conviviendo con el virus y de exposición a tratamientos que al principio eran muy tóxicos. Además, estas personas tardaron mucho en iniciar la terapia, ya que antes se esperaba hasta que el recuento de CD4 fuera muy bajo”, explica Negredo. Mediante esta cohorte, la Fundación Lucha contra el Sida e IrsiCaixa estudian las diferencias en el envejecimiento de los sistemas inmunitarios de las personas VIH+ y VIH-. Según los datos analizados hasta ahora, no se detecta un envejecimiento prematuro de la población, pero sí un envejecimiento más acentuado, es decir, un aumento de las comorbilidades a partir de los 70 años. “En general, se ve un incremento significativo en los casos de osteoporosis, colesterol elevado y problemas hepáticos, así como de algunos tipos de cánceres y enfermedades cardiovasculares”, dice Negredo.

Consecuencias físicas y sociales

“Tenemos que pensar que, si la mitad de las personas con VIH que atendemos en el hospital ya tienen más de 50 años, en 20 años estas personas llegarán a la vejez. Aunque intentamos frenar esta senescencia, debemos prepararnos para los casos en los que no sea posible. ¿Qué necesidades especiales tendrá su envejecimiento? No sólo a nivel inmunológico, sino también cognitivo o hepático, entre otros”, dice Blanco. En este sentido, Negredo subraya especialmente “un factor social muy poco evaluado hasta ahora y que puede suponer un problema a nivel de comunidad dentro de unos años: en este colectivo suele haber un mayor porcentaje de gente que vive sola o no tiene ningún apoyo social”.

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