Cuando la cifra de infectados por la COVID-19 ha llegado ya a los casi 20.000 en España y supera los 200.000 en el mundo, seguimos conversando con Antoni Plasència, director del ISGlobal. Este epidemiólogo lidera un equipo interdisciplinario de investigadores para mejorar la salud global y promover la equidad a través de la investigación en este campo. Este centro, impulsado por ”la Caixa”, es fruto de la colaboración entre hospitales, centros de investigación y administraciones gubernamentales.

¿Cuáles serían las prioridades, a día de hoy, en la lucha contra el coronavirus?

La primera, inyectar los recursos y equipos necesarios para asegurar la capacidad asistencial de nuestro sistema sanitario. La segunda, mantener con firmeza las medidas de distanciamiento social. Y la tercera, incrementar el acceso a los tests de diagnóstico, especialmente en la población de riesgo: colectivos vulnerables y sociosanitarios y también en las zonas geográficas donde haya mayor transmisión.

¿Y con eso será suficiente?

Hay que tener en cuenta que el conocimiento que tenemos sobre la pandemia no cambia cada día, sino minuto a minuto. Continuamente aparecen nuevos resultados y se necesita utilizar esta información para su aplicación práctica, que sirva para que las autoridades puedan tomar buenas decisiones. Por ejemplo, es arriesgado hablar de tasas de letalidad, que son los muertos por número de casos. Inicialmente, se decía que China tenía una tasa del 2-3 %, pero queda por ver en Europa, porque se identifican más casos que antes no eran detectados. Es demasiado pronto para hacer estimaciones fiables. Pero no debemos perder de vista que el principal determinante de la mortalidad no es tanto la virulencia de la COVID-19 como la capacidad de respuesta del sistema sanitario para atender los casos graves.

Nos queda mucho por aprender, entonces.

Las próximas semanas vamos a ver cómo se hace más visible la propagación de la pandemia en África y América. De momento, parece que tienen pocos casos, pero el problema es que su capacidad de detección es muy limitada. El caso de África es especialmente preocupante, puesto que tienen otros problemas muy graves, como malaria, sida, tuberculosis y otras infecciones que suponen una carga de enfermedad muy importante, además de hipertensión, obesidad y enfermedades cardiovasculares, que van teniendo un peso cada vez mayor, al que se va a sumar el impacto del coronavirus, en un contexto de muy poca capacidad de diagnóstico y unos sistemas de atención muy frágiles.

¿Estamos todavía en un estadio inicial de conocimiento?

Tampoco diría eso. Llevamos casi 3 meses. Tenemos evidencias de éxitos en China y en Corea del Sur. Tenemos que ver también cómo está evolucionando en Japón y Singapur. Hay que esperar. En Europa, eso sí, estamos en medio de una guerra. Las medidas más drásticas ya están en buena medida tomadas y hay que esperar al punto de inflexión para seguir adaptando las respuestas. Lo que está claro es que superaremos esta situación, pero con grandes costes.

¿Se podría convertir la COVID-19 en un virus estacional?

No lo sabemos, pero todo indica que está aquí para quedarse circulando un tiempo indeterminado y que va a afectar al mundo en su globalidad. No sabemos todavía su comportamiento estacional, cómo reacciona a la humedad o a la temperatura. Tampoco sabemos cuál va a ser nuestra respuesta inmunitaria: si va a ser puntual, es decir, si podemos reinfectarnos, o si podremos ser inmunes a él a largo plazo. Todavía nos quedan muchas lecciones que aprender.

¿Podemos aprender algo de cómo hemos gestionado el inicio de la crisis?

Es pronto para interpretar lo que ha ocurrido. La mayoría de los países europeos han seguido las indicaciones de la OMS, que ha propuesto una respuesta gradualista, adaptada a la evolución de la situación epidemiológica. Dentro de este modelo, ¿se podrían haber tomado antes algunas medidas actualmente en vigor? Ahora es pronto para afirmarlo. En todo caso, la opción alternativa de modelo maximalista, con intervenciones muy intensivas desde los primeros casos, no figura en ningún protocolo actual. Así que la discusión está en cómo se despliega este gradualismo, aun teniendo información parcial y muchas incertidumbres. Pero está claro que aprendemos cada día lecciones útiles para el futuro.

¿Hay una parte positiva de todo esto?

Con este nuevo riesgo para la salud colectiva, se están movilizando un conjunto de acciones que seguro que nos reforzarán como sociedad global. Lo que ha ocurrido, la pandemia, muestra la interdependencia permanente que tenemos los unos de los otros, casi al minuto. Pone de manifiesto nuestras fragilidades y permite aprender a responderlas de manera colectiva, desde el esfuerzo compartido y la inteligencia colectiva. El virus genera una situación desconocida, por una parte, y una respuesta que entre todos tenemos que ajustar para asegurar la salud con el menor impacto económico y social. La ciencia, en este sentido, es una herramienta clave para entender la dinámica de la infección y proponer respuestas. Es difícil hacer predicciones todavía, pero hoy sabemos más que la semana pasada, y en una semana sabremos más que hoy para lograr vencer a la pandemia.

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