Uno de los principales riesgos asociados a la infección por el nuevo coronavirus (COVID-19) son las complicaciones trombóticas o de circulación que pueden aparecer, tanto en el sistema arterial como en el sistema venoso, sobre todo en los enfermos graves. Se cree que este efecto se debe a la desmedida respuesta del sistema inmunitario en la lucha contra el virus, que genera sustancias coagulantes como, por ejemplo, el fibrinógeno. Esta molécula llega a estar en concentraciones hasta 2 o 3 veces por encima de su nivel normal, que inducen a la formación de coágulos al superar los mecanismos anticoagulantes naturales.

La incidencia de las trombosis en pacientes que han tenido COVID-19 no se sabe de manera concreta, aunque hay estudios que consideran que puede afectar hasta un 50% de los pacientes infectados, especialmente en aquellos enfermos críticos o con una presentación más grave de la enfermedad.

Otros de los factores de riesgo para la aparición de coágulos son el sedentarismo, la edad superior a 70 años, el sobrepeso, los antecedentes de enfermedad oncológica, o la trombofilia (predisposición genética a tener problemas trombóticos).

Las complicaciones derivadas de estas trombosis son diversas, aunque muchas pueden ser graves, lo que aumentaría el riesgo de mortalidad asociado a la COVID-19.

La forma más frecuente de presentación de estos problemas es en forma de trombosis venosa profunda, o bien de tromboembolismo pulmonar. En el primero aparece un coágulo en las venas más grandes de las extremidades, mientras que, en el segundo, el coágulo se encuentra en las venas pulmonares. De entre estos dos, el tromboembolismo pulmonar es la complicación más grave, ya que se impide el paso de la sangre al pulmón para su correcta oxigenación. Además, suele agravar los problemas respiratorios provocados por el coronavirus, que ataca especialmente al tejido pulmonar.

La aparición de coágulos en el sistema arterial es menos frecuente debido a sus características: la sangre circula a mayor velocidad y presión, por lo que es más difícil que llegue a coagular. Aunque se han descrito pocos casos de coágulos arteriales post COVID-19, estos suelen ser graves y aumentan el riesgo de infarto de miocardio, ictus o isquemia intestinal.

También se han visto casos graves de isquemia aguda (falta repentina de irrigación) en las extremidades, que han requerido, incluso, e intervención quirúrgica. Es el caso de los pacientes descritos en un artículo recientemente publicado por el grupo de Cirugía Vascular del Instituto Clínic Cardiovascular en la revista Journal of Vascular Surgery.

Respecto al tratamiento y la prevención de estas complicaciones, es importante tener en cuenta que la mayoría aparecen en pacientes hospitalizados o críticos. Por lo tanto, hoy en día no se recomienda un tratamiento farmacológico preventivo en la mayoría de los pacientes afectados por la COVID-19, ya que presentan pocos síntomas o leves, que les permite pasar la enfermedad en casa. Sin embargo, se considera útil mantener la mayor movilidad posible en caso de aislamiento y evitar un sedentarismo excesivo durante mucho tiempo.

Respecto a los pacientes hospitalizados, los protocolos actuales de tratamiento recomiendan la administración preventiva de fármacos anticoagulantes como las heparinas de bajo peso molecular. Estos fármacos se administran durante todo el ingreso, valorando de manera individual la necesidad de continuar este tratamiento al alta, aunque no suele ser necesario.

Por último, es importante destacar que la mejor prevención para cualquiera de estas potenciales complicaciones asociadas a la COVID-19 es mantener un estilo de vida saludable a través de la realización de actividad física moderada, controlar el sobrepeso, no fumar y mantener bajo control los factores de riesgo cardiovasculares (principalmente hipertensión, diabetes e hipercolesterolemia).

Autor: Dr. Xavier Yugueros, Servicio de Cirugía Cardiovascular, Instituto Clínic Cardiovascular.

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