La aplicación de corrientes eléctricas moderadas en la cabeza podría hacer desaparecer el dolor, ayudar a mejorar la memoria o la fuerza física, y también la capacidad de atención. Las fuerzas militares estadounidenses son las primeras del mundo en investigar sus aplicaciones prácticas en la batalla.

En el verano de 2010, Ryan Clark se torció un tobillo en una clase de gimnasia. Fue doloroso, aunque sobre todo incómodo. Tras una semana con muletas su tobillo se curó. Sin embargo, seis semanas más tarde, el dolor volvió, sólo que esta vez, fue mucho peor. Ryan acabó necesitando una silla de ruedas, incapaz de soportar el dolor que le provocaba caminar. Los medicamentos y la rehabilitación le ayudaron y tras 6 semanas ya estaba recuperado. Volvió a hacerse daño dos veces más y cada pequeño accidente le provocaba terribles dolores. “Eran los golpes típicos de un niño de 9 años”, apunta el padre de Ryan, Vince, “pero en él eran muy graves. El dolor era tan grande que temblaba. Sus músculos colapsaron. Llegó a tener espasmos en todo el cuerpo y a retorcerse en el suelo.” Finalmente, Ryan fue diagnosticado con el síndrome de dolor regional complejo, un trastorno que afecta a uno de cada millón de niños de su edad.

Vince Clark, quien dirige el Centro Clínico de Neurociencia y Psicología de la Universidad de Nuevo México en Albuquerque (EEUU), se volcó en el estudio de este síndrome con el fin de poder ayudar a Ryan. Los medicamentos convencionales contra el dolor no habían conseguido ningún alivio, así que Clark comenzó a buscar soluciones en la investigación que estaba llevando a cabo en su laboratorio. Conocida como estimulación transcraneal por corriente directa (ETCD) consiste en la aplicación de corrientes eléctricas moderadas en la cabeza.

La ETCD pertenece al grupo de técnicas conocidas como “estimulación cerebral no invasiva” porque no implican cirugía. Es todavía una técnica en fase experimental, pero ya en 2010 prometía ser efectiva no sólo como forma de aliviar el dolor sino también como potenciador de la actividad cerebral, de la memoria y de la capacidad de atención en personas sanas. El Departamento de Defensa de los Estados Unidos (DoD) se interesó en esta técnica por su potencial militar. Cuando Ryan enfermó, Clark ya había llevado a cabo investigaciones financiadas por el DoD en las que estudiaban sobre esta cuestión, y había conseguido importantes resultados.

Descargas eléctricas a presos

Colegio Oficial de Cirujanos, Londres, enero de 1803. La audiencia observa expectante mientras el inconformista científico italiano Giovanni Aldini entra en la sala. Ante ellos: George Foster, un asesino convicto, previamente ahorcado en la prisión de Newgate. Aldini aplica una corriente eléctrica al cuerpo utilizando una antigua batería y unas bielas. Para sorpresa de la audiencia, el cuerpo gesticula y se sacude. Debido a la estimulación rectal, uno de sus puños parece alzarse al aire.

Según cuenta Clark, Aldini estaba fascinado por los efectos de la electricidad en el cuerpo y mente humanos. Tras afirmar que había curado a un granjero de 27 años de una depresión mediante estimulación eléctrica, Aldini intentó ayudar a pacientes diagnosticados con “locura melancólica” en el hospital Sant’Orsola de Bolonia. Su éxito fue limitado, en parte porque los pacientes se asustaban al ver el equipo necesario.

“En algún momento, nuestra cultura comenzó a preocuparse por la electricidad y sus efectos”

Los experimentos de Aldini con la electricidad dieron comienzo a un largo episodio en la historia de la psiquiatría. La terapia de electroshock, que requiere corrientes lo suficientemente altas como para desencadenar convulsiones, se introdujo a finales la década de los 30. Sin embargo, debido a los avances en los tratamientos con medicamentos y también, a las críticas recibidas en libros como Alguien voló sobre el nido del cuco de Ken Kesey, las terapias eléctricas perdieron popularidad. “En algún momento, nuestra cultura comenzó a preocuparse por la electricidad y sus efectos”, dice Clark. “Se convirtió en algo que daba miedo. Provocaba cierta inquietud, y la gente no lo afrontaba de forma racional ni calmada.”

Clark se anima mientras cuenta el apogeo y decadencia, y el posterior auge, de la estimulación cerebral eléctrica. Mientras no se permitió el uso de electricidad en personas, los neurocientíficos continuaron estudiando el efecto de la misma en animales. “Muchos de mis profesores en la escuela de posgrado han estudiado los efectos de la electricidad en tejido vivo”, comenta Clark. En la década de los 60, los científicos concluyeron que la ETCD, que requiere corrientes eléctricas hasta mil veces más bajas que las utilizadas en la terapia de electroshock, podía afectar a la “excitabilidad” de las células y ayudar en depresiones severas. Si bien, como los medicamentos parecían más efectivos en los tratamientos psiquiátricos, la ETCD fue descartada.

Más tarde, en los 80, la terapia de electroshock resucitó. Quedaba claro que era efectiva en pacientes con depresión severa que no respondían al tratamiento con medicamentos. Más o menos por entonces, crecía el interés en algo llamado estimulación magnética transcraneana (EMT). Un paciente que recibe EMT permanece sentado y muy quieto mientras una vara dispuesta sobre su cráneo emite un campo magnético que penetra en su cerebro. El EMT puede aliviar la depresión y también ayudar en la rehabilitación tras un derrame cerebral o una lesión en la cabeza.

En el año 2000, Michael Nitsche y Walter Paulus de la Universidad de Göttingen, Alemania, anunciaron que la ETCD podía alterar la respuesta de los pacientes a la estimulación magnética. Mientras que la EMT estimula la sinapsis de las células cerebrales, la ETCD “prepara el bombeo”, tal y como Michael Weisend, un colega de Clark, lo describe, haciendo más fácil que una célula comience a sinaptar en respuesta a un estímulo.

El interés de los neurocientíficos en la ETCD resurgió gracias a los estudios de Göttingen. Pero lo que realmente lo mantuvo fueron los felices descubrimientos que indicaban que la ETCD podía cambiar el funcionamiento cerebral no sólo en pacientes, si no también en personas sanas, las cuales habían sido incluidas en los experimentos sólo como grupo control. Este trabajo fue muy influyente, según Clark. Los investigadores comenzaron a investigar el potencial de la ETCD para estimular cerebros sanos. Los primeros resultados demostraron que podía mejorar la capacidad de aprendizaje y la memoria. Otros equipos de investigación estudiaron la ETCD y su capacidad en el tratamiento del dolor. Como muchos otros colegas, Clark lo encontró fascinante.

Tras su labor posdoctoral en el National Institute of Mental Health (Instituto Nacional de Salud Mental), donde trabajó parcialmente en EMT, Clark se mudó a Alburquerque para desarrollar una investigación conjunta de la Universidad de Nuevo México y el Mind Research Network (MRN, Red de Investigación de la Mente), un instituto de investigación neurocientífica sin ánimo de lucro. Su trabajo se centró en imágenes del cerebro y esquizofrenia. En 2006, fue

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