Por Ana Macpherson / La Vanguardia

Electrodos insertados en el cerebro para frenar los síntomas más invalidantes de la esquizofrenia, los delirios y las alucinaciones. Es lo que el hospital de Sant Pau ha empezado a probar en un estudio piloto. Porque entre el 30% y el 40% de los pacientes con esquizofrenia son resistentes a cualquier otro tratamiento y eso les lleva a vivir aislados, casi sin salir de casa, sin relaciones, con un enorme sufrimiento. Han utilizado en los primeros tres casos el mismo sistema que se usa ya de forma habitual para enfermos de parkinson y desde hace algunos años para depresiones y trastornos obsesivo compulsivos (TOC) resistentes, en los que la medicación ya no hace mella.

La larga experiencia de este equipo de psiquiatría y de neurocirugía en el uso de electrodos en trastornos psiquiátricos y el hecho de ser hospital de referencia en enfermedades mentales resistentes les animó a intentarlo en la esquizofrenia. La dolencia psiquiátrica más esencial, la que se identifica con el aislamiento, la pérdida de la razón, el alejamiento de la realidad, podría tener una alternativa terapéutica cuando todo lo demás falla. La base es parecida a la que fundamenta el uso de los electrodos en la depresión y en el TOC. Pero decidieron probar en dos puntos concretos en base a los estudios de Sant Pau y a las investigaciones de la fundación FIDMAG, de las Germanes Hospitalaries que participan en el ensayo y a las localizaciones apuntadas por la literatura científica como zonas especialmente afectadas en esta enfermedad.

En un punto se pretende bajar la dopamina (en el núcleo accumbes) y en el otro bajar la hiperactividad para permitir que los circuitos se reorganicen de una forma ordenada (en el cingulado).

La idea es realizar la prueba en ocho pacientes en una u otra localización. Cuatro en un punto, cuatro en el otro para comparar resultados y comprobar si realmente es eficaz. La primera fase, los primeros meses, sirven para estabilizar el nuevo tratamiento. Luego un grupo dejará de estar conectado, sin saberlo, mientras otro sigue. Tres meses después, al revés. Ni pacientes ni sus médicos sabrán en qué situación está cada uno, para objetivar al máximo los resultados. De momento llevan tres casos y uno de ellos, una mujer de 47 años que llevaba más de 20 de evolución, lleva seis meses sin delirios ni alucinaciones.

"No es fácil que los pacientes se presten a que les metamos electrodos en su cerebro, porque esa es una de las angustias mayores que sufren: que les estén controlando o haciendo algo en el cerebro. Pero son personas que sufren mucho porque ninguna de las opciones terapéuticas que ofrecemos les sirve y viven muy afectados por la enfermedad", explica la psiquiatra Iluminada Corripio, responsable del grupo investigador.

"Empezamos poco a poco. Porque sabemos que la mera introducción de los electrodos, sin activar ningún impulso eléctrico, ya tiene efecto sobre el paciente, así que se tarda unos días en programar los estímulos para poder valorar los efectos reales", explica la especialista. "Durante los primeros días seguía con sus síntomas, pero estaba apacible y a la séptima semana ya notaba una mejoría en los delirios. Estos fueron desapareciendo: primero perdieron importancia y finalmente, nada. Hoy sale de casa, lo que no pudo hacer durante los últimos años, se reúne con familiares, saluda a sus ve­cinos".

Reconocen cierto vértigo por ser los primeros. "Desde la Universidad de Columbia nos han pedido un informe para iniciar ellos también una prueba". De los otros dos casos que ya llevan electrodos aún no tienen datos, es demasiado pronto. El cuarto ya está preparado y otros dos están pendientes de decidirse.

Avanzan empíricamente. Van aumentando la intensidad, van bajándola. "Cuando la redujimos empeoró. Volvimos a subir y se mantuvo la mejoría. Procedemos con cautela. Tenemos que hallar el tratamiento óptimo".

La esquizofrenia "es un cajón de sastre muy heterogéneo", reconoce la psiquiatra. Unos tienen delirios, "ideas erróneas totalmente resistentes a un razonamiento lógico", según la definición habitual. Delirios que se traducen en el convencimiento de sentirse perseguidos, de que alguien controla su cerebro, que todo el mundo les mira, que tienen identidades distintas, que son un enviado de Dios. Y otros sufren alucinaciones, sobre todo voces, que dan indicaciones disparatadas. O creen que otros pueden oír los pensamientos, o que pueden comunicarse por telepatía con otros seres. Esos son los síntomas a los que se dirige esencialmente la acción de los electrodos. Pero también hay otros en los que puede que no haya efecto: apatía, falta de iniciativa, incapacidad para planificar la propia vida, aislamiento social, síntomas depresivos, problemas de atención y memoria... El efecto en estos meses, según los resultados preliminares, indica mejoría, además de en los delirios y alucinaciones de una forma contundente, también de una forma más moderada en la fluidez verbal, el retraimiento emocional, la ansiedad y la evitación social.

"Tenemos tan poco que ofrecer a los pacientes resistentes a la medicación que si se confirma este procedimiento como una posible alternativa se nos abre un gran reto por delante: tenemos que ayudarles a actualizar su vida, a contextualizar el proyecto vital del paciente", explica la psiquiatra. Porque son pacientes que dejaron su vida fuera de juego durante años. Y que ahora quieren recuperarla.

Fuente: La Vanguardia

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