Si un técnico encontrase en un aljibe una nota dejada por una ameba, escrita por ésta horas antes de su muerte, descubrirÃa que el resultado que percibe de su trabajo podrÃa discrepar del real.
Desde luego este ser unicelular no cuenta entre sus capacidades con la de la escritura. Pero en este ejercicio de imaginación, la nota de la ameba bien podrÃa ser la metáfora del conocimiento hoy disponible sobre Legionella, y que por alguna razón llega con dificultad.
El técnico ha aplicado un tratamiento térmico en la instalación y se ha asegurado de dejar un nivel residual de cloro. Pero en su nota de despedida, la ameba deja sombras de incertidumbre. Afirma haber sido invadida por una célula de Legionella pneumophila.
Probablemente se trate de una forma viable pero no cultivable. De esas que no se pueden detectar en una placa, un argumento para utilizar métodos independientes del cultivo. Este pensamiento del técnico lo corroborarÃa el resultado negativo del cultivo, 10 dÃas después. Durante todo ese tiempo, el técnico piensa en qué ha sucedido. El invasor circularÃa libre en el agua. Una forma madura de Legionella, con ese fenotipo tan caracterÃstico, infectivo, no replicativo, y virulento. FormarÃa una vacuola intracelular e indigerible por la ameba y en unas 18 horas, cientos de células replicativas de Legionella ocuparÃan una gran parte de los 10.000.000 de micrómetros cúbicos de su citoplasma.
ProcederÃa de alguna otra ameba infectada o de un biofilm, lo que le sugiere que ahà es donde Legionella se ha protegido del calor y del cloro, que habÃa aplicado confiado, siguiendo unos protocolos que no han tenido en cuenta la nota de la ameba.
En su nota, la ameba se sabe parte del ciclo de vida de Legionella, pero nunca ha tenido la intención de engullirla. Con esto, el técnico deduce que a la célula infectiva de Legionella le bastaba con quedar cerca de los receptores de membrana que en la ameba median la invasión. En 24 horas tras la misma, la ameba no soportará la presión mecánica sobre su membrana de todas esas células de Legionella que, dos minutos antes de hacer explotar su cuerpo, volverán a dejar de ser replicativas y se tornarán infectivas. Ahora nuestro técnico sospecha que su trabajo tiene margen de mejora, y quizá deberÃa combinar la evaluación de riesgos, las medidas de control (temperatura, flujo, etc) y los ensayos de rutina con técnicas independientes del cultivo.
El técnico sabe que su trabajo es evaluado por una técnica que no puede detectar las células viables pero no cultivables, o incluso las cultivables que resultan enmascaradas por otros microorganismos. Recuerda entonces que el fenotipo salvaje de Legionella se pierde al cultivarla en el laboratorio, y durante unos segundos piensa perplejo que los biocidas y los antibióticos se evalúan también con técnicas de cultivo y cepas de laboratorio.
El técnico ha recordado que abrió el grifo para tomar unas muestras. Imagina la ameba infectada, moviéndose en la dirección del flujo rodeada de otros microorganismos, algunos muertos, otros no, de ruinas celulares y ADN libre, condenada en unas 16 horas más a explotar. Un amplificador biológico de un solo uso.
Pero el técnico recuerda haber cerrado el grifo y volver a abrirlo en 5 minutos. Una llamada que atender de la central. Quizá la ameba y otros como ella se podrÃan haber agolpado cerca del grifo. Y esto harÃa que la segunda muestra saliese más concentrada. De repente, se da cuenta de que no sabÃa cuándo habrÃa sido vencida la membrana de la ameba, y si su peligrosa carga estarÃa aún en la tuberÃa, en una de las botellas de muestra, o en un concentrado de algunos mililitros de alguna de ellas, o incluso en el suelo de una placa. Quién sabe.
La nota no decÃa nada más.
Autor: Guillermo RodrÃguez, Director CientÃfico de Biótica.