Las situaciones de crisis ponen en evidencia las carencias de uno para afrontarlas, y nos plantean una serie de retos que hay que afrontar éticamente. La situación que vivimos con la COVID-19 es un claro ejemplo de ello.

Todos somos tristes testigos del tremendo impacto de la COVID en la economía, en la vida de las personas, de las empresas, en la gran tensión que vive el personal sanitario. Es evidente la urgencia de atajar todo esto, y la altísima prioridad que han de tener los esfuerzos para conseguirlo cuanto antes.
Afortunadamente, se han podido desarrollar vacunas eficaces en un tiempo extraordinariamente breve: un proceso que puede durar décadas se ha conseguido en 12 meses. Ha sido un gran logro. Ahora la urgencia es que la vacuna se pueda aplicar de manera rápida, universal y equitativa.

¿Cuál es el cuello de botella que impide la rápida producción y distribución de las vacunas? En un momento dado parecía que era la estructura organizativa y logística en los diversos países para inocular a sus ciudadanos. Pero estamos viendo que el límite lo pone la producción de esas vacunas. Muestra de ello son los retrasos en la dispensación de los productores de las vacunas cuando el sistema está ya preparado para vacunaciones masivas.

El interés debería ser máximo en este incremento de la producción y distribución necesarios para que no queden amplios grupos de la población, o países enteros, sin vacunar. Se calcula que 85 países no tendrán su población inmunizada hasta 2023 (!). Y ya sabemos que cuanto más se tarde en hacer desaparecer el virus, más probabilidades hay de que vayan apareciendo mutaciones diversas que puedan generar nuevas cepas o variantes para las cuales las vacunas disponibles no sean efectivas, y más perjudicada sale la economía, amén del enorme costo humano que provoca la enfermedad.

Técnicamente la producción de estos productos, de alta complejidad, es difícil y requiere instalaciones y personal altamente cualificados. Pero uno se puede preguntar: en realidad, ¿qué dificulta la producción masiva de las vacunas? ¿Qué impide que se hagan por ejemplo ‘clones’ de las plantas productoras de las vacunas, que dupliquen, tripliquen la producción? Nos gustaría apuntar dos grandes razones.

La primera es la falta de inversiones decididas y ágiles para que la producción garantice una inmunidad universal y que llegue a todos los rincones del planeta. En efecto, ¿no es chocante esta falta de inversión decidida, coordinada y rápida, cuando la Cámara de Comercio Internacional (ICC) habla de un coste de “entre 1,24 y 7,6 billones (sí, con b) de euros” por no hacer llegar las vacunas a los más pobres?

Ahí parecen necesarios generosos esfuerzos de las instancias públicas en sus diferentes niveles, y de las farmacéuticas que, como servicio a la sociedad, después del esfuerzo en el desarrollo de las vacunas, están llamadas a facilitar las licencias de producción y a aumentar su producción a precios lo más ajustados posibles.

En segundo lugar, y yendo a la raíz, el origen de esta falta de decisión coordinada y consensuada ante una pandemia como la que vivimos tal vez sea una falta de mirada global, que vea la humanidad como un todo, y la falta de una mirada cooperativa que sea consciente no solo de la responsabilidad de salvar vidas y modos de subsistencia, sino también de que todos estamos conectados con todos.

Pero atención, no olvidemos que el simple aumento de producción de vacunas no garantizará por sí mismo su distribución equitativa y universal para que llegue a los países más pobres. Hace falta un compromiso ético y humanitario para redoblar el esfuerzo no solo en la producción, sino también en la distribución universal. La carrera entre países por conseguir más y más vacunas para los suyos, las compras de los países ricos para tener más vacunas incluso que su población, ¿no son una reminiscencia de una perspectiva que tenemos que ir dejando atrás ya? ¿Tal vez hemos de recuperar una conciencia más global y de largo plazo, más fraterna, con nuevos modelos de gobernanza global en cuestiones de solidaridad y de salud?

Para acabar, no queremos dejar de decir que la situación que vivimos ha sacado también lo mejor de muchas personas. Podemos citar, por ejemplo, al personal sanitario, a las personas que cuidan a enfermos y ancianos, las que trabajan en investigación tecnológica y científica, que han colaborado con una transparencia preciosa, y también a las personas responsables de grandes decisiones que se han tomado y que van en la línea que hemos comentado, y que ya están en marcha, como la iniciativa COVAX, para el desarrollo equitativo mundial de las vacunas contra la COVID-19.

¿Tal vez estas personas nos recuerdan que es hora de recuperar el valor del cuidado, de la mirada amplia y a la vez centrada en las personas, y de las decisiones valientes y dignas? Ojalá el COVID nos ayude a aprender algo que nos ayude en el futuro, pues su precio ha sido elevadísimo.

Llorenç Puig, Cristina Fornaguera, Flavio Comim


Llorenç Puig: Cátedra de Ética y Pensamiento Cristiano, IQS School of Engineering.
Cristina Fornaguera: Grup d’Enginyeria de Materials (GEMAT), Departament de Bioenginyeria IQS
Flavio Comim: Cátedra de Ética y Pensamiento Cristiano, IQS School of Management

Fuente: IQS Institut Químic de Sarrià

https://www.iqs.edu/es/noticia/etica-y-vacunas
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