Por Agathe Cortes

“La ciencia, lo bueno que tiene, es que, si está bien, no hay forma de discutirla”. Estas son las palabras de Rubén Costa, investigador y catedrático de la Universidad Técnica de Múnich, cuando habla desde su laboratorio al día siguiente del Green Innovation Forum de AseBio. El experto valenciano de 37 años busca una forma de sustituir el mineral contaminante que hay en los LED por uno más amigable con el medioambiente: una proteína presente en la naturaleza. “Quería unir biología y tecnología, dos mundos que no siempre se entienden, y el mejor puente es la biotecnología”, opina.

En el intestino humano hay una bacteria que lleva el nombre de Escherichia coli (E. Coli). La idea es coger ejemplares de dicha especie, ponerlas en una cuba de 500 litros de agua con un cultivo y una temperatura adecuada de unos 35 grados y esperar. A partir de ahí, las bacterias, versátiles y que no suponen ningún riesgo, se van reproduciendo y multiplicando, dando lugar a proteínas fluorescentes. La pregunta que surge inevitablemente al oír todo esto es la siguiente: ¿Cuánta cantidad se necesita para encender una bombilla y cuánto dura?

“Mira la lampara pequeña detrás de tu móvil. ¿Ves un cuadradito amarillo? Pues en eso trabajamos, en cambiar ese filtro”, comienza. Ese cuadrado es un mineral y uno de los elementos que hace que la fabricación de los LED es insostenible a largo plazo. Primero, porque está basado en tierras raras y no tenemos cantidades infinitas y, segundo, porque no sabemos reciclarlo todavía. Costa detalla que para cumplir los requisitos de ese filtro diminuto hace falta una cantidad de proteínas equivalente al peso de dos granos de azúcar.

Si imaginamos que en una bombilla hay unos seis cuadrados, se necesitarían 12 granos de azúcar. Pues bien, con los 500 litros y después de haber hecho su cálculo, el investigador afirma que podríamos encender 1.000 bombillas. “Para iluminar un estadio de fútbol estamos lejos, pero tenemos otras aplicaciones posibles que no requieren tanta estabilidad como la fototerapia o los biomarcadores”, confiesa. Pero, como lo expresó en la mesa de cambio climático del Green Innovation Forum, “ciencia y empresa chocan mucho” y el mercado es otro mundo.

Llegar al mercado: una tarea compleja

El mercado del LED, como lo explica Costa, está en auge, está muy bien controlado por el mercado chino y podemos decir que le quedan unos 20 años de vida. Aun así, esta tecnología lumínica sigue siendo la más eficiente y barata y la sostenibilidad de la misma no está en el centro del debate todavía. “Somos muchos los que buscamos a sustituir ese material y reciclarlo”, comenta el investigador. “Sin embargo, por ahora nuestra solución no va a entrar en el mercado porque, simplemente, no lo necesitan. Pero estoy convencido de que los LEDS de hoy no serán los mismos que conocerán mis nietos. También estamos trabajando en la viabilidad y ver cómo bajar el precio de esas proteínas y hacerlo más atractivo al mercado”, añade.

Ahora mismo Costa no tiene pendiente montar una empresa, aunque no lo descarta, pero lo suyo es la ciencia y mejorar las cosas desde ahí. “Ahora mismo jugamos con la situación y miramos lo que hay en el mercado y ver cómo podemos entrar con el material que tenemos. Esa es la idea, la visión que tenemos”, afirma.

LED

La contaminación lumínica y la educación: los retos de la luz

Rubén Costa empieza a contestar con una anécdota. Su abuela le decía: “Vete a dar una vuelta para que te de el sol y el aire y te espabilarás”, y su abuela tenía razón. Cuenta el investigador que la radiación infrarroja es muy buena para reactivar el sistema hormonal y sentirse bien. La luz azul, también indispensable para tener luz blanca, excita, despierta y mantiene el estrés. “Las dos son necesarias. No podemos eliminar el azul de la ecuación, pero la cantidad que generamos es enorme en comparación con la que necesitamos. Podemos tener menos luz y evitar sobreexcitar nuestro ojo”, admite. Es ahí donde entran las proteínas como unas heroínas. Algunas absorben luz azul y podrían solucionar ese problema, otras pueden repararse a si mismas y “lo bueno es que la naturaleza ya tiene todos los colores”, precisa Costa. “No tenemos que pensar en un nuevo material, solo tenemos que pensar en cómo estabilizarlo y escalarlo”, reconoce.

Hay unanimidad para decir que el ser humano gasta demasiada energía y sin ni siquiera darse cuenta. Con un ordenador encendido, con un cargador enchufado, con una bombilla sin proteínas encendida en un día de lluvia y la lista es larga. En definitiva, “estamos liándola”, dice el investigador. “Nos falta mucho que aprender sobre el uso de la energía. Cuando caminas generas energía, cuando mueves tus gafas y lo haces todo el día. Por eso tenemos que pensar en cómo utilizarla, en como recuperar esa energía para que sea aprovechable. Tenemos que cambiar el concepto”, insiste.

Pero cambiar tradiciones y costumbres parece una tarea difícil, por no decir imposible. A Rubén Costa esto no le inquieta, pues confía en la nueva generación. “Es educación. Yo les digo a mis alumnos del máster de sostenibilidad y biotecnología que tendrán que devolver a la sociedad toda esa educación y enseñarle que hay comportamientos más sostenibles y maneras de recuperar esa luz que proyecta una pantalla o esa energía que se produce al abrir y cerrar la cortina”, propone. El profesor es consciente de que todo esto no permitirá alumbrar una casa, pero su abuela, de nuevo, viene con una respuesta: “Toda pequeña peseta hace cuenta bancaria”. En resumen, es necesario ir a buscar todas estas pequeñas cosas y concienciar a la gente de la importancia de educarse. "Estamos en un punto muy bueno donde nos hemos dado cuenta donde estamos, de lo tonto que estamos siendo y de lo mucho que necesitamos cambio. Pero como toda educación, requiere tiempo.”

Financiación y pandemia: curioso panorama

Empecemos por hablar de los problemas. El del investigador es cuántas pruebas puede hacer en su laboratorio y esto depende del dinero que tiene. “Si el gobierno español invierte 20.000 euros para una investigación, mientras en otros países se dan 200.000 o dos millones, pues la tasa de éxito de los otros es mucho más alta y esto, claramente repercuta en la innovación de las empresas. Si el sistema español diese más dinero, seríamos capaces de hacer mejor ciencia”, asegura Costa.

Pero ahora toca hablar de las cosas buenas. La COVID-19 ha generado oportunidades, ideas y soluciones. Hay dos cosas que al investigador valenciano le han “encantado” de esta experiencia dramática para todo el mundo. La primera fueron las plataformas para compartir información y hacer de la ciencia un mundo abierto para todos. “Es un debate que está ahí y ojalá se mantenga”. La segunda, es que por primera vez se ha notado una falta y quizás ha llegado el momento de colmarla. “¿Qué emergencia tecnológica tenemos hoy en día? Ninguna. ¿Tenemos identificadas las tecnologías que debemos usar a corto y largo plazo? Tampoco. Pero la pandemia nos puede hacer pensar en ello. Fíjate ya en lo que hemos conseguido”, concluye.

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