Tras licenciarse en Medicina en la Universidad de Barcelona, Francesc X. Bosch se doctoró en la Universidad Autónoma de Barcelona y cursó el máster de Salud Pública y Epidemiología del Cáncer en la Universidad de California-Los Ángeles (UCLA). Actualmente es responsable del Programa de Investigación en Epidemiología del Cáncer del Instituto Catalán de Oncología (ICO) y jefe del Grupo de Investigación en Infecciones y Cáncer del IDIBELL y recientemente ha sido honoris causa por la UB . Su campo de estudio son las investigaciones epidemiológicas sobre cánceres asociados con agentes infecciosos. A lo largo de su carrera, ha realizado estudios sobre cáncer de hígado, de cuello de útero, de piel, de vagina, de ano, de pene y de cavidad oral. También ha desarrollado estudios sobre dieta y cáncer colorrectal, y sobre investigación metodológica en registros del cáncer. Es uno de los introductores de la llamada epidemiología molecular, basada en la aplicación de tecnología molecular a grandes estudios epidemiológicos de escala mundial. Bosch ha participado en grupos e instituciones internacionales como la Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer (IARC), la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Unión Internacional contra el Cáncer (UICC).

Uno de sus logros más destacados es haber contribuido a identificar el virus del papiloma humano (VPH) como agente causante de la mayoría de los cánceres de cuello de útero. Además, ha liderado la implantación de técnicas de detección y cribado de este tipo de cáncer, así como el desarrollo de una vacuna preventiva, de la que se han distribuido cerca de 200 millones de dosis entre los años 2006 y 2014.

Desde el punto de vista docente, el Dr. Bosch ha impulsado la plataforma de aprendizaje virtual e-oncología, diseñada para proporcionar formación especializada en el campo de la salud pública y la oncología, principalmente a profesionales de países en desarrollo y con pocos medios. Actualmente, la plataforma cuenta con cerca de 15.000 participantes.

Una de sus grandes aportaciones ha sido la participación en el descubrimiento de la relación entre el virus del papiloma humano (VPH) y los cánceres de cuello de útero, así como el desarrollo de una vacuna contra este virus. ¿Cuáles son los siguientes pasos de su investigación en este campo?

En estos momentos, estamos coordinando un consorcio internacional para hacer llegar las mejores opciones preventivas a las poblaciones de países emergentes. Se trata de ver cómo los progresos en vacunación y en cribado se pueden combinar para acelerar la reducción del cáncer de cuello de útero y hacer sostenibles los programas en economías muy diversas. A escala nacional, estamos monitoreando el impacto de la vacunación en niñas adolescentes en Cataluña, refinando los programas de cribado y preparando la introducción rutinaria de los test de VPH de acuerdo con las nuevas directrices europeas y españolas. También estamos trabajando en nuevas vacunas de carácter terapéutico y en el estudio de la carcinogénesis viral en tumores de cabeza y cuello. En la actualidad, las vacunas son un tema de debate social.

¿Considera que la vacuna contra el virus del papiloma es un caso especialmente controvertido en este contexto?

Las vacunas son y han sido históricamente uno de los mejores descubrimientos médicos y sanitarios. La vacuna contra el VPH ha tenido unas connotaciones particulares; porque es la primera vacuna para proteger de una infección de transmisión sexual que se adquiere muy frecuentemente después de iniciar las relaciones sexuales. Por eso, las recomendaciones iniciales han concentrado esfuerzos en vacunar a niñas de doce años. Hablar de sexualidad cuando las niñas son tan jóvenes despierta emociones muy profundas y genera opiniones de tipo ético o incluso religioso que pueden hacer dudar a los padres sobre la conveniencia de vacunar tan pronto. Respetando estas posiciones, la evidencia científica es muy sólida, y todas las recomendaciones actuales coinciden en que la vacuna contra el VPH es un beneficio público que hay que mantener y extender a toda la población mundial. A pesar de opiniones esporádicas en contra, cuando los programas están bien documentados y alentados por la sanidad pública y las escuelas, más del 90 % de los padres pide la vacunación de sus hijas. Pronto propondremos también la vacunación de los niños; porque la transmisión es entre sexos y los niños también tienen cánceres asociados a los mismos virus.

En su discurso para la ceremonia del honoris causa destacó la invisibilidad de la medicina preventiva, precisamente por los casos que evita. ¿Somos conscientes de lo que supone la prevención para nuestra salud?

De hecho, creo que sí somos conscientes de lo que prevenimos; pero la información pierde actualidad para el gran público precisamente porque la enfermedad contra la que vacunamos ha desaparecido de los radares. Si surge el tema en una conversación o en una conferencia, la gente se da cuenta de que hace décadas que no han visto un caso de polio o que el sarampión ha dejado de ser una rutina. Prácticamente ninguno de los presentes en la conversación ha visto un caso de viruela en toda su vida profesional. Cuando aparece un caso de difteria en Cataluña, después de 32 años de no haber visto ninguno, la gente mayor recuerda la mortalidad infantil asociada a la difteria hace sesenta o setenta años. En esos momentos, la gente se hace consciente de que si dejamos de vacunar, aunque sea parcialmente, inevitablemente los virus acabarán encontrando las personas mal vacunadas y causando la enfermedad.

La educación en vacunación es importante y habría que hacer más hincapié en ella. Por ejemplo, ahora tenemos vacunas nuevas contra las neumonías y los herpes zóster que son importantes para la gente mayor; pero la población no es muy consciente de que el calendario de vacunación dura toda la vida y no solo durante la infancia o cuando se viaja a países con patologías infecciosas que aquí no son comunes, como la fiebre amarilla, cuya vacuna es un requisito para entrar en países donde esta dolencia todavía es endémica.

En su parlamento también recordó casos emblemáticos de la prevención oncológica, como la relación entre tabaco y cáncer de pulmón, o entre la bacteria Helicobacter pilory y el cáncer gástrico. Desde su punto de vista, ¿cuál es el gran reto de la oncología preventiva actualmente?

Estos ejemplos son paradigmáticos de cambios espectaculares en la prevención del cáncer. Pero también nos han enseñado que, una vez que el trabajo científico es concluyente y se alcanza una recomendación sanitaria taxativa (no fumar, vacunar a los hijos, usar el cinturón de seguridad...), su aplicación generalizada tarda a menudo cincuenta años o más en hacerse efectiva, y frecuentemente con un fuerte desequilibrio social. El entendimiento entre la ciencia y la sociedad es casi tan complicado como lo es resolver el problema científico en primera instancia. Piense que mas de sesenta años después de conocer que el tabaco es causa de cáncer y otras patologías cardiovasculares (se han producido 50.000 muertes atribuibles al tabaco cada año desde la década de los 40 en España), aún tenemos una proporción importante de población que fuma, una industria que produce y comercializa y unas autoridades que recaudan impuestos y que, a pesar de tener una legislación bastante avanzada, de vez en cuando se lo tienen que repensar.

La investigación en prevención del cáncer continúa en temas muy importantes, como la alimentación, la exposición a sustancias químicas, la polución ambiental y las infecciones oncogénicas; pero deberíamos crecer en cuanto a comunicación y a participación social.

Usted estudió la carrera en la Universidad de Barcelona. ¿Cómo valora su formación en esta universidad y qué ha supuesto el reconocimiento como doctor honoris causa?

Yo conocí una Universidad muy dura. El mejor recuerdo que tengo es el del propio contenido y la práctica de la medicina, que en sí mismos eran estimulantes. Lo interesante eran los compañeros y los médicos del hospital, que enseñaban con lo que teníamos. Tuvimos que dedicar mucho esfuerzo a las luchas sindicales en los años preciosos en que hay que iniciar a los estudiantes en la ciencia y en la investigación. Las relaciones internacionales eran escasas y el acceso a la literatura científica y médica era muy limitado. La autarquía nacional imponía también una autarquía intelectual y profesional. Yo descubrí la salud pública y las ciencias relacionadas con ella cuando salí del país y me acostumbré a trabajar y vivir en inglés. Una de las primeras actividades secundarias a que me dediqué después de terminar la carrera consistió en organizar una bolsa de trabajo en el Colegio de Médicos para facilitar la salida al extranjero de los compañeros que acababan. Viajar a otras universidades era muy importante y todavía hoy marca la diferencia entre profesionales.

El reconocimiento como doctor honoris causa es una nueva oportunidad para reemprender la colaboración con la Universidad de Barcelona. Los retos, ahora, son la modernización de la comunicación y de los modelos pedagógicos en la era de la tecnología. Desde hace unos años, estamos introduciendo desde el Instituto Catalán de Oncología una plataforma de formación en oncología y en prevención del cáncer basada en la formación a distancia. El crédito asociado al doctorado honoris causa puede ayudar a impulsar la extensión de la tecnología a la formación médica. Cada reconocimiento es, de hecho, una nueva oportunidad.

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