En cualquier contexto histórico la inversión en investigación y desarrollo (I+D) siempre ha sido un reto. Nos hemos enfrentado desde escenarios económicos adversos a la escasez de fuentes de financiación o a la falta de apoyo público que las empresas del sector biotecnológico hemos ido sorteando con flexibilidad y audacia. Esta forma de entender el negocio, la de invertir en I+D de una forma sostenible en el tiempo, es la base para poder obtener resultados y poder ofrecer así alternativas de tratamientos a nuestros pacientes. Hoy en día y ante un futuro cercano incierto, tenemos nuevos obstáculos que sortear y una vez más tenemos que demostrar la agilidad y adaptabilidad que tiene el sector para adecuarse a, en este caso, el reto energético, la subida de precios o las interrupciones en las diferentes cadenas de suministro.

Según el Barómetro Internacional de la Investigación 2023 que publica todos los años Ayming Institute, el 36% de las empresas del sector salud y biotecnológico está realizando e implementando cambios profundos, especialmente en la reducción de costes, para seguir manteniendo el mismo nivel de inversión en sus proyectos. Todos sabemos, que es precisamente la inversión sistemática, año tras año, la que acaba dando resultados. En el caso, por ejemplo, de PharmaMar, históricamente se ha invertido de media cada año cerca de la mitad de los ingresos en I+D por lo que desde la creación de la compañía se ha destinado a esta partida centrada en la investigación oncológica más de 1.000 millones de euros.

Como tantas otras biotecnológicas, PharmaMar no se entendería, ni existiría, sin una inversión continuada en el tiempo y con el foco puesto en el negocio lo que nos ha llevado a alcanzar un hito, la de comercializar tres productos, que en el sector en España es poco común. Por tanto, el planteamiento estratégico a este respecto es claro, la inversión en investigación debe ser el motor de crecimiento del negocio y el crecimiento del negocio debe ser la fuente que alimente la inversión en investigación. No hay una cosa sin la otra, es la clave para obtener resultados, tener éxito en la comercialización de compuestos y en definitiva hacer aquello para lo que, en este caso, nosotros hemos nacido: dar soluciones a pacientes que sufren algún tipo de cáncer.

A pesar de todos los avatares, y profundizando en los datos presentados por el informe de Ayming, el sector es optimista ya que el 76% de las compañías cree que se realizan suficientes actividades de investigación y desarrollo y, además, la mayoría de ellas lo hace a nivel local, el 54% frente a otros sectores económicos que no llegan al 50%. Precisamente, este dato deberíamos ponerlo en valor para tener un mayor protagonismo y relevancia en la esfera pública. Las fuentes de financiación externas aún son muy limitadas y las ayudas públicas escasas, prácticamente la mitad de la inversión en I+D proviene de la financiación propia de cada compañía, mientras que la pública es del 26%. Siendo este porcentaje en la salud y en la biotecnología uno de los más bajos respecto del resto de sectores económicos donde en algunos casos roza el 40%.

Otra vía son las deducciones fiscales, cada vez más importantes a la hora de que las empresas establezcan sus negocios en un país. Refiriéndonos al mismo estudio, estas ayudas son uno de los factores decisivos para que las empresas determinen donde realizan su lugar de innovación, superando a otros factores como son la atracción y retención del talento.

Por lo tanto, las ayudas públicas, a través de los actuales fondos Next Generation, unidas a las deducciones fiscales pueden ser una palanca que impulse la creación de valor en este país, en un sector que indudablemente no solo genera riqueza, sino que sus productos cuando llegan al mercado cubren necesidades médicas esenciales para la Sociedad. Es el momento de apostar por las empresas biofarmacéuticas para alcanzar un nuevo modelo de crecimiento económico sostenible.

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