Bien es sabido que el cerebro tiene una gran influencia sobre la salud en general y el estrés en particular. En los últimos años son numerosos los estudios que han analizado y estudiado especialmente la compleja relación entre la mente y uno de los sistemas más importantes para nuestra salud, el sistema inmunitario. Es más, existe una rama médica llamada psiconeuroinmunología que explora la interacción entre los procesos psicológicos y los sistemas nervioso e inmunitario. Es así como en las últimas décadas se han empezado a comprender los fundamentos fisiológicos de esta interacción, con consecuencias de gran alcance para nuestra comprensión de la medicina.
¿Cómo afectan nuestros pensamientos a nuestras defensas? ¿Cuáles son los mecanismos de comunicación entre el cerebro-sistema nervioso y el sistema inmune? ¿Por qué tenemos una mayor predisposición a enfermar en situaciones de estrés? A estas y otras preguntas daremos respuesta a continuación.
El “estrés” se ha convertido en un fiel compañero de nuestra vida cotidiana. Casi todos los adultos, e incluso los niños, han tenido, tienen o tendrán estrés. La carga laboral, los problemas familiares, las experiencias traumáticas… una “vida sin estrés” suena, en ocasiones, a utopía.
¿Pero qué es exactamente? Científicamente está definido como “un patrón de reacciones mentales y físicas específicas e inespecíficas de un individuo ante estímulos internos o externos que alteran el equilibrio, ponen a prueba o superan las capacidades de afrontamiento y requieren respuestas adaptativas” (Zimbardo & Gerrig). Dicho de otra forma, es una percepción subjetiva del individuo cuyo origen es la discrepancia entre las exigencias que debe cumplir y sus capacidades.
La respuesta puede sorprender a más de uno y es “no, el estrés no siempre es perjudicial”.
Existen dos formas totalmente diferentes del estrés:
El eustrés se corresponde generalmente con el estrés agudo, mientras que el distrés con el estrés crónico.
Los investigadores en el campo de la psiconeuroinmunología han sido capaces en los últimos años de descubrir algunos de los mecanismos bioquímicos entre los sistemas inmunitario, nervioso y endocrino. Se sabe ya que:
La forma en que el estrés afecta al sistema inmunitario depende del tipo de estrés y de su duración. Es decir, tanto el estrés agudo como el crónico modifican el trabajo del sistema inmunitario, pero de forma diferente.
Desde el punto de vista evolutivo, la activación del sistema inmunitario innato y la atenuación del sistema inmunitario adquirido se explica porque el estrés solía surgir principalmente en situaciones de vida o muerte en las que el cuerpo debía prepararse para curar rápidamente los daños físicos inminentes.
Actualmente las situaciones de estrés agudo ya no tienen que ver con huir de los leones sino que suelen ser circunstancias en las que nos sentimos brevemente bajo presión, cuando nos enfadamos o tenemos miedo. Por ejemplo, cuando tenemos que dar un charla en público, resolver tareas difíciles, cuando nos exponemos a situaciones extremas (puenting, paracaidismo…).
En estos momentos de estrés puntual el cerebro señaliza a las glándulas suprarrenales a liberar más cortisol, lo que lleva al sistema inmunitario a:
En resumen, el estrés agudo lleva a una estimulación, generalmente beneficiosa, del sistema inmunitario.
Al contrario que el estrés agudo, el estrés crónico enferma ya que debilita de forma continuada tanto al sistema inmunitario innato como adquirido, mermando la respuesta inmunitaria en su conjunto. Experiencias traumáticas (como la muerte de un ser querido), las exigencias excesivas en el trabajo, el desempleo, el cuidado de los familiares… pueden desencadenar una tensión permanente en la psique.
En casos de estrés crónico el nivel de cortisol en la sangre es permanentemente elevado. Esta hormona se acopla entonces a los receptores en la superficie de ciertos glóbulos blancos, que en consecuencia secretan menos interleucina-1-beta. Esta molécula mensajera normalmente:
Así pues, una disminución de la interleucina-1-beta reduce la eficacia del sistema inmunitario.
La bajada generalizada de las defensas conlleva que virus, bacterias y gérmenes se encuentren menos resistencia. No obstante, no se observa solo una mayor predisposición a infecciones agudas por agentes patógenos externos, sino también a aparición de brotes en enfermedades crónicas (neurodermatitis, artritis reumatoide, colitis ulcerosa…), resurgir de síntomas típicos de virus latentes (las ampollas labiales del herpes) y empeoramiento de las alergias. Además, el proceso de curación también puede verse prolongado por el estrés crónico (las heridas, por ejemplo, se curan más lentamente).
Los métodos para reducir el estrés son variados y la mejor manera para saber cuáles son los mejores para uno mismo es simplemente probarlos.
Asimismo, la microinmunoterapia, como enfoque dirigido específicamente a regular el funcionamiento del sistema inmune gracias a la utilización de reguladores inmunológicos como las citoquinas o factores de crecimiento, puede ayudar al organismo a controlar los desequilibrios ocasionados por el estrés.