La mejor uva de la variedad tempranillo sirvió para hacer una cosecha sin precedentes en los viñedos que rodean la bodega experimental Mas dels Frares. Un vino al estilo ibérico, elaborado tal y como se cree que se hacía hace 2.500 años. Es el resultado de un proyecto de colaboración entre el grupo de investigación GRESEPIA, del Departamento de Historia e Historia del Arte y la Facultad de Enología de la URV, que han decidido combinar los conocimientos arqueológicos y enológicos para obtener este producto único. “El experimento ha salido mejor de lo que esperábamos”, confiesa Jordi Diloli, investigador del grupo GRESEPIA y uno de los impulsores de la iniciativa. “No es ni mucho menos un gran vino, pero nos permite seguir investigando para mejorarlo”.

El valor de este vino es el de haber sido elaborado siguiendo las técnicas que se cree que utilizaban los íberos en la antigüedad. La uva se pisó en una barrica antigua y una vez obtenido el mosto, lo dejamos reposar en un espacio a temperatura constante para que empezara el proceso de fermentación. Tres semanas más tarde ya había llegado a 12,5º. Los enólogos de Mas dels Frares extrajeron una parte del vino para analizarlo y hacer un seguimiento y la otra la guardaron tal y como está documentado que hacían los íberos. “Dejamos reposar en un ánfora de arcilla del río Ebro, hecha por un maestro artesano de Miravet”, un material muy poco poroso con el que ya casi no se trabaja y que permite que el vino respire pero sin que se derrame. El vino ha estado reposando durante casi tres meses cubierto con una tapa de madera y una capa gruesa de yeso que impedía que entrara el oxígeno.

A principios de diciembre la expectación era máxima en la bodega. El decano de la Facultad de Enología Joan Miquel Canals; el director de la bodega experimental, Fernando Zamora e investigadores del grupo de investigación GRESEPIA, entre ellos Diloli, procedieron a abrir el ánfora y hacer la primera cata. “No es un vino que embotellaríamos desde el punto de vista cualitativo, pero se puede consumir perfectamente”, comenta Canals. “Tiene un sabor terroso que se nota más en nariz que en boca derivado, seguramente, del tipo de fermentación que ha tenido”, añade.

En total se han producido doce botellas: una parte de las ellas se las ha quedado el grupo de investigación GRESEPIA y la otra la Facultad. “Haremos analíticas y catas con los estudiantes de Enología para que valoren la evolución del vino desde que fermentó hasta que salió del ánfora”, dice Canals. “De momento ya hemos comprobado que el vino que ha pasado por el ánfora tiene mucho más color, y ahora haremos los estudios correspondientes para ver a qué puede ser debido”, explica.

Esta es la primera prueba de un proyecto que tendrá continuidad y los investigadores implicados ya están pensando en la próxima cosecha. “De momento hemos encargado la fabricación de diversos recipientes para que cuando fermente el vino podamos guardarlo en botellas de cerámica que iremos abriendo cada dos meses para comprobar así cómo se conserva durante todo un año “, apunta Diloli. “Para nuestros estudiantes este experimento también tiene mucho valor a nivel formativo, para que vean la importancia de la historia en el proceso de elaboración y de promoción del vino”, concluye Canales.

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