¿Qué hace que la ciencia sea ciencia? Ésta es una pregunta a la que se lleva mucho tiempo respondiendo. Si buscamos en una enciclopedia la definición de ciencia nos encontraremos con algo parecido a esto:

“La ciencia es un sistema ordenado de conocimientos estructurados. Los conocimientos científicos se obtienen mediante observaciones y experimentaciones en ámbitos específicos. A partir de estos se generan preguntas y razonamientos, se construyen hipótesis, se deducen principios y se elaboran leyes generales y sistemas organizados por medio de una metodología científica.”

Y aquí es donde aparecen las palabras clave metodología científica o “método científico”, y es que este método está sustentado sobre dos pilares fundamentales: a reproducibilidad y la refutabilidad. El primero implica la capacidad de repetir un determinado experimento en cualquier lugar y por cualquier persona. Este pilar se basa en la comunicación y publicidad de los resultados obtenidos en revistas científicas o en congresos. El segundo pilar implica que todo conocimiento científico debe ser susceptible de ser refutado. En otras palabras, la metodología científica rechaza las verdades absolutas.

Pero el principio que hoy nos interesa es la reproductibilidad. Como bien indica Nuño Domínguez en su artículo de El País, hace siglos a Newton o a Galileo no les bastaba con hacer descubrimientos capaces de cambiar la historia. Debían además repetir sus experimentos delante de sus colegas, y estos, a su vez, los repetían por su cuenta antes de quedar completamente convencidos. Es decir, que el principio de la reproductibilidad ha sido fundamental en la historia de la ciencia. Sin embargo, en la actualidad esta marca de identidad científica se está perdiendo y, en consecuencia, pone en entredicho la validez de muchos estudios en casi todas las disciplinas.

Un grupo de investigadores de EE UU, Reino Unido y Holanda firmó un manifiesto, publicado ayer en abierto en la revista Nature Human Behaviour, para que la ciencia recupere parte de esa credibilidad y fiabilidad perdida. El principal autor del documento es el médico e investigador de la Universidad de Stanford (EE UU) John Ioannidis, uno de los pioneros de la llamada metaciencia, una disciplina que analiza el trabajo de otros científicos y comprueba si se están respetando las reglas fundamentales que definen la buena ciencia.

En este manifiesto se proponen una serie de medidas para evitar las malas prácticas en todas las fases de una investigación. Uno de los pasos más importantes que se reclaman es publicar los datos brutos y los estudios con resultados negativos. En general, lo que se reivindica es volver a los principios básicos del método científico. Y es que en una encuesta realizada por la revista Nature, el 90% de los científicos reconoce que hay una crisis de reproductibilidad en la ciencia.

El principal problema es que hoy en día los estudios se basan en un número muy elevado de datos en bruto y, además, la mayoría de los estudios no da acceso a estos datos. De modo que el resto de la comunidad solo puede acceder a las conclusiones del estudio y, en consecuencia, se creen lo que ven porque no tiene forma de comprobar esos resultados. ¿Puede la ciencia seguir avanzando si toda la comunidad tiene que hacer un “acto de fe” para corroborar esas conclusiones?

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