A pesar de que casi 1.500 millones de personas en todo el mundo sufren dolor habitualmente —cifra que aumenta cada año—, al día de hoy no se sabe bien cómo prevenir este problema de salud.

Se sabe que el ejercicio físico puede jugar un papel importante en la prevención del dolor, mientras que algunas intervenciones populares (como utilizar mobiliario ergonómico, cinturones lumbares o plantillas para zapatos), suelen carecer de base científica. En cambio, cada vez existen más evidencias de que algunos alimentos, nutrientes y compuestos bioactivos pueden regular la inflamación de nuestro cuerpo.

Un estudio reciente, publicado en The Journals of Gerontology: Series A, liderado por investigadores de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM), el CIBERESP y el instituto IMDEA-Alimentación, ha comprobado ahora que una dieta con menor potencial inflamatorio se asocia a menos incidencia de dolor entre los mayores de 60 años.

Dado que la inflamación se relaciona con el dolor, los autores del trabajo comentan que “tenía sentido comprobar si seguir una dieta con menor potencial inflamatorio se asociaba con menor dolor”.

Para evaluar esta hipótesis, los investigadores utilizaron datos de la cohorte ENRICA-Seniors-1, compuesta por 819 personas mayores de 60 años procedentes de toda España, para ver si adoptar una dieta más antiinflamatoria durante tres años se asociaba a menor incidencia de dolor a lo largo de los tres años siguientes.

De acuerdo con los autores, “esta manera de analizar los datos no fue casual, ya que permitió estudiar si adoptar mejores hábitos en una edad avanzada tenía impacto sobre el dolor, es decir, comprobar si nunca es demasiado tarde para cambiar”.

Pero ¿cómo se mide el potencial inflamatorio de una dieta? Hay varios modelos de dieta antiinflamatoria, pero casi todos coinciden en que es rica en fibra, vitaminas, minerales y grasas del tipo omega-3, y pobre en grasas saturadas y trans.

Respecto de los alimentos, parece claro que el té, el café, las verduras y las hortalizas (en especial el ajo y la cebolla) tienen actividad antiinflamatoria, al contrario que las bebidas carbonatadas, la carne roja y procesada, o los cereales refinados.

Al analizar los datos, los investigadores comprobaron que adoptar una dieta menos inflamatoria a lo largo de tres años se asociaba con un riesgo un 37% más bajo de tener dolor moderado, y hasta un 45% menor de tener dolor elevado en los tres años siguientes.

“Llamaba la atención que la asociación era más fuerte con el dolor discapacitante, que es el que más importancia clínica tiene, porque dificulta o impide realizar las actividades cotidianas”, apuntan los investigadores.

“Curiosamente —agregan—, los beneficios de la dieta antiinflamatoria sobre el dolor solo se observaron entre las personas que hacían menos actividad física. Por lo que parece, tanto llevar una dieta saludable como la práctica habitual de ejercicio físico disminuyen la inflamación corporal. Esto hace que las personas sedentarias probablemente deban cuidar más su alimentación para evitar la aparición de dolor, mientras que los más deportistas podrían ser menos estrictos”.

Con la cautela necesaria, al tratarse de un estudio sólo en personas mayores, los investigadores consideran que estos nuevos datos apoyan la utilización de la dieta como herramienta para la prevención del dolor, un campo (el de las medidas preventivas) en el que, recuerdan, “hay poca evidencia, a pesar de que, tan solo en Estados Unidos, el dolor de espalda le cuesta a la sociedad entre 365.000 y 560.000 millones de dólares al año, debido al uso del sistema sanitario, la discapacidad y la pérdida de productividad laboral asociadas”.

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Referencia bibliográfica:

Carballo-Casla, A., García-Esquinas, E., Lopez-Garcia, E., Donat-Vargas, C., Banegas, J.R., Rodríguez-Artalejo, F., Ortolá, R. 2022. The inflammatory potential of diet and pain incidence: a cohort study in older adults. The Journals of Gerontology: Series A, glac103, DOI: 10.1093/gerona/glac103.

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