Por Jaime Prats / El País

Los intentos de dar con la pastilla milagrosa contra la obesidad llevan décadas coleccionando fracasos. En España, por ejemplo, solo hay un fármaco autorizado para adelgazar, el Orlistat, que evita parcialmente la absorción de las grasas en el intestino, “y no funciona demasiado bien”, comenta Francesc Villarroya, del Centro de Investigación Biomédica en Red (Ciber) de Fisiopatología de la Obesidad y la Nutrición. Ello explica la expectación de industria farmacéutica ante los hallazgos relacionados con la llamada grasa buena (también denominada beige), un tejido capaz de quemar calorías y acabar con los depósitos de grasa mala que no se identificó en las personas hasta 2009. El objetivo que persiguen cada vez más grupos de investigadores consiste en dar con los interruptores moleculares que activan estas propiedades adelgazantes en el cuerpo para poder controlarlos a voluntad con un fármaco.

El último descubrimiento relacionado con estos trabajos llega de un grupo de la Universidad del Sur de Dinamarca. Y tiene que ver con uno de estos interruptores. Los investigadores han dado con un mecanismo por el que las células de grasa blanca, las malas, se convierten en las beige, las buenas, las que queman los depósitos adiposos mientras consumen las reservas de calorías. La clave está en un gen maestro, el KLF11, que codifica un factor de transcripción capaz de reprogramar la célula y darle totalmente la vuelta. “Hemos demostrado que su intervención es necesaria para que tenga lugar esta transformación”, apunta Susane Mandrup, una de las autoras del estudio que publica la revista Genes&Development.

Los investigadores recurrieron a un fármaco antiguo contra la diabetes tipo II (rosiglitazona) ya retirado del mercado. Lo administraron in vitro en células adiposas convencionales y observaron cómo se transformaban en grasa beige. Lo hacían gracias a la activación del gen KLF11, un gen maestro que controla la expresión de otros genes. A unos los pone a trabajar, por ejemplo a los responsables de aumentar el número de mitocondrias en los adipocitos (las células de la grasa mala). Estos orgánulos son los motores que aportan energía a la célula, por lo que su incremento es sinónimo de un mayor consumo de calorías. A otros, los encargados de expresar las características de la grasa mala, los inhibe.

El hallazgo abre la vía para dirigirse directamente al KLF11 y así activar la conversión de los adipocitos en grasa beige. “Es un buen candidato como diana terapéutica contra la obesidad", comenta Francesc Villarroya, autor de distintos trabajos sobre grasa parda.

El medicamento empleado no serviría como pastilla adelgazante. Se retiró por los efectos secundarios que provocaba. Y además, el fármaco no actúa directamente sobre el mecanismo celular: se produce una cascada de acontecimientos hasta que se activa el gen. Sin embargo, más que el camino elegido para estimular la actividad de la grasa beige, que no es el idóneo, lo más relevante del trabajo es que ha conseguido llegar al destino deseado: identificar qué botón hay que pulsar (en este caso, el gen KLF11) para reprogramar la célula y quemar grasa.

Otros investigadores han recurrido a vías diferentes para despertar las facultades adelgazantes del tejido adiposo beige. Uno de los procedimientos más eficaces descritos hasta el momento ha llegado de la mano de las catecolaminas. Pero estas hormonas, además de activar la grasa parda también interfieren en el sistema nervioso simpático, lo que provoca, entre otros efectos colaterales, la alteración del ritmo cardiaco. El equipo de Villarroya ha comprobado cómo otras hormonas, como la irisina, que se genera con la actividad física, actúa sobre la grasa parda. Y trabaja en la posible utilidad de la FGF-21, que también reduce los niveles de glucosa.

Pero el objetivo ideal no es tanto actuar donde se inicia el proceso, sino en el punto final de la respuesta metabólica. Es decir, en un interruptor específico que ponga en marcha el efecto adelgazante sin provocar daños colaterales. Quizás este resorte ideal sea el gen KLF-11. Ahora solo falta saber activarlo sin alterar ninguna otra función del organismo.

Imagen: Célula adiposa humana empleada en la investigación. / UNIVERSITY OF SOUTHERN DENMARK

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