Muchas de las habilidades motoras que nos permiten llevar a cabo actos elementales y cotidianos están tan automatizadas y nos resultan tan sencillas, que no les prestamos ninguna atención.
Sin embargo, cuando se ven impactadas a causa de alguna enfermedad, como el Alzheimer, somos conscientes de su relevancia para el desempeño en las actividades de la vida diaria. Ese es el caso de las praxias, relacionadas con la ejecución precisa y coordinada de actos motores implicados en la realización de muchas actividades. En este artículo hablaremos de ellas, de sus distintos tipos y de cómo estimularlas para mantener su funcionalidad en la vida cotidiana el máximo tiempo posible cuando el Alzheimer hace mella en ellas.
“Praxias” es el nombre colectivo que recibe un conjunto de capacidades cognitivas que dependen de la praxis: un proceso neurológico por el que la cognición dirige las acciones motoras. Supone la generación y ejecución precisa de movimientos voluntarios para la realización de una acción o la consecución de un objetivo determinado. Son muchas las acciones motoras cotidianas resultantes de una buena ejecución de las praxias, como atarse los zapatos, lavarse los dientes, utilizar los cubiertos, apretar un tornillo, soplar las velas de un pastel o decir adiós con la mano, escribir o dibujar, por mencionar algunas.
Puede parecer sorprendente que sean tan diversas las acciones que se ven mediatizadas por las praxias, pero responde a que existen distintos tipos, como los que aquí se refieren:
El adecuado funcionamiento de las praxias o de alguno de sus tipos puede verse alterado a consecuencia de distintos procesos o alteraciones que impactan la integridad del cerebro, como traumatismos craneoencefálicos, accidentes vasculares cerebrales, tumores cerebrales o enfermedades neurodegenerativas que conllevan deterioro cognitivo y demencia, como es el caso del Alzheimer.
La alteración de cualquier forma de praxias se conoce como apraxia y es una consecuencia de una disfunción cerebral y, aunque su impacto se refleja en acciones motoras, el fallo en su ejecución no se explica por problemas de movilidad física o musculoesqueléticos.
El proceso práxico requiere de la concepción de la idea de lo que se quiere hacer, de la planificación de los movimientos necesarios, de la propia ejecución precisa y coordinada y de una autoevaluación de todo ello. Y todo este proceso depende de una compleja orquestación de funciones cerebrales.
Pongamos como ejemplo la acción de dibujar un círculo:
En circunstancias normales, realizamos estas acciones sin ningún esfuerzo consciente, simplemente, hacemos las cosas porque el cerebro planifica y ejecuta las acciones motoras necesarias, digamos, de forma automática.
La apraxia forma parte de los síntomas cognitivos de la enfermedad de Alzheimer. A consecuencia de ella, las praxias pierden ese sustento automatizado al que, en condiciones normales, no damos valor o no le prestamos atención.
Y es que las praxias están implicadas, como ahora podemos deducir fácilmente, en infinidad de actividades de nuestra vida cotidiana: al vestirnos, al comer, al ducharnos, peinarnos, afeitarnos, actividades de bricolaje, cocinar, ir en bicicleta, conducir, y un largo etcétera.
Es por ello que las personas con Alzheimer, con el progreso de los síntomas de la enfermedad, muestran dificultades para usar los cubiertos adecuadamente, abrocharse botones, cerrar cremalleras o atarse los cordones de los zapatos, copiar o realizar dibujos, o realizar gestos que pueden parecer raros o inapropiados en determinadas situaciones. Por ello, es importante facilitar su desempeño en las actividades de la vida diaria y fomentar su autonomía en la medida de lo posible.
Con el objetivo de retrasar al máximo el impacto de la alteración de las praxias en la funcionalidad cotidiana, es importante promover la autonomía en la realización de actividades y acciones cotidianas para reforzar el automatismo de los procesos y, por tanto, estimular las praxias.
En la realización de actividades cotidianas es importante dar tiempo para que la persona con apraxia pueda desenvolverse, asistiéndola en lo necesario, pero permitiendo, siempre que sea posible, que sea ella quien realice las acciones, simplificándolas o buscando alternativas cuando la incapacidad sea evidente.
Por ejemplo, una persona con Alzheimer con dificultades para atarse los cordones, puede beneficiarse durante un tiempo de contar con tiempo suficiente para hacerlo, sin sentirse presionada, tal vez le resulte de ayuda que la acción se acompañe de una secuencia verbalizada: “Primero hago un arco con un cordón, lo rodeo con el otro, paso por aquí debajo, saco el otro arco, estiro los dos con fuerza y ¡listo!”. Cuando estas estrategias dejen de ser útiles, se deberá optar por la simplificación como, por ejemplo, pasar a usar zapatos con cierre de velcro.
Lógicamente, las actividades deberán ajustarse a las posibilidades de cada persona según su grado de afectación cognitiva, haciendo primar siempre la seguridad y la promoción de su autoestima. La apraxia puede ser fuente de frustración y ansiedad en quien la padece, pudiendo estar en la base de la manifestación de algunos de los síntomas conductuales de la enfermedad de Alzheimer.