La cultura del vino está arraigada en Andalucía y cada vez son más las personas que apuestan por los caldos de Málaga para acompañar una buena comida o una ocasión especial. Por ello, se hace cada vez más necesario determinar las técnicas idóneas para que los cultivos sean más sostenibles y que ello redunde en la preservación de la superficie. Con esta premisa, Jesús Rodrigo Comino, del Instituto de Geomorfología y Suelos de la Universidad de Málaga —Departamento de Geografía—, ha desarrollado una línea de investigación que estudia los factores de la erosión del suelo en viñedos con pendientes de alto desnivel, característica muy extendida en muchas de las plantaciones de la Axarquía.

Estos suelos, que pueden llegar a tener una inclinación de hasta el 70%, dificultan la sujeción de la vid, poseen un bajo contenido de materia orgánica, junto a una reducida capacidad de retener la humedad. Esto, añadido a las lluvias torrenciales que suelen darse en la zona, le confieren lo que se denomina un alto potencial de generación de tasas de erosión, que agota la superficie cultivable. “Hay que tener en cuenta que la tendencia climática es extremar las temperaturas y la concentración de las precipitaciones, lo que se agravará el problema del desgaste de la superficie”, subraya Rodrigo Comino, a lo que añade que una vez llegado al punto de mayor erosión “hay que abandonar el terreno unos 30 o 40 años para que vuelva a recuperarse”.

Para paliar estos obstáculos y mejorar la productividad de los agricultores, se han estudiado los manejos tradicionales que durante siglos se han aplicado en la Axarquía. Según el experto, en estas zonas tienen además su propia forma de hacer frente a la erosión, destacando dos técnicas fundamentales. Por un lado, se valen de los balates o albarradas —pequeños muros construidos de piedras del mismo viñedo en contra de la pendiente— para sujetar el suelo. Por otro, los agricultores excavan lo que ellos llaman desaguaderos o sangrías, unas hendiduras o acequias dirigidas a favor de la inclinación de la ladera por la que discurre el excedente de agua de lluvia y que desembocan en el los cauces más próximos.

Al estudiar estos dos tipos de métodos, observaron que son muy efectivos. En el caso de los balates pueden retener cientos de kilos de material y a través de las sangrías el excedente de las precipitaciones puede fluir hasta velocidades de 0,15 a 0,30 metros por segundo, con concentraciones de sedimentos superiores a 1.500 gramos por litro. Sin embargo, para ello tienen que estar en perfectas condiciones, sobre todo en lo referente a las sangrías. En este sentido, el experto advierte: “Si este tipo de construcciones no se conservan correctamente, el agua de lluvia encontrará numerosos obstáculos que irá arrastrando. Esta acumulación de artefactos y el incremento de la velocidad del agua, debido a la misma razón, elevarán en gran medida la tasa de erosión”.

El siguiente paso será implementar medidas que, además de proteger la superficie, beneficien al agricultor. “En este momento, la escorrentía se vierte al cauce más próximo; sin embargo, nosotros queremos proponer que se recojan en depósitos y utilizar esa agua en el mismo viñedo o para otros usos agrícolas”, apunta el investigador. Por otro lado, Jesús Rodrigo propone sembrar plantas aromáticas y/o leguminosas “en forma de parches” en los lugares donde se origina la fuente de la erosión, que además de servir como sujeción para la superficie, también puedan comercializarse e incluso utilizarse para alimentar al ganado.

Misma investigación, diferentes países
La Axarquía no es el único lugar donde se cultivan vides en terrenos escarpados. En el valle del río Mosela, situado en Alemania, también se da está característica. Hasta allí se ha desplazado Jesús Rodrigo para realizar un trabajo comparativo entre los dos territorios. “Aunque los lugares son muy distantes —señala el geógrafo— tienen en común un terreno similar, ya que la composición del sustrato es parecido, junto con el manejo tradicional del suelo para el cultivo”.

Las diferencias afloran en indicadores como el número de trabajadores, el uso de maquinaria y, por supuesto, las condiciones climatológicas. Si el mayor problema de la erosión en la Axarquía son las extremas precipitaciones —en un solo episodio de lluvia se puede recoger hasta el 70% de la erosión del suelo—, en el valle del Mosela el peso de las máquinas y el trasiego de agricultores son los que producen la mayor degradación del suelo. “Futuras propuestas deben estar encaminadas a diseños de tecnología y vehículos de labranza más ligeros. Asimismo, durante la época del año que coincide con las altas precipitaciones, el suelo debería estar bien protegido con cobertura vegetal herbácea. Por el contrario, en Málaga este revestimiento completo sería imposible por la competencia de las especies por el agua durante la estación seca del verano”, comenta el experto.

El valor de la investigación radica en el estudio de los zonas cultivables en pendientes extremas. “La mayoría de los estudios anteriores hacen referencia a zonas con inclinaciones de un 10% a un 15%, pero yo me he basado en laderas muy escarpadas, de hasta un 50% de pendiente”, explica el investigador.

Este carácter novedoso lo ha llevado a trabajar con científicos de muchas disciplinas y países, además de numerosas instituciones académicas de España como el grupo SEDER de Valencia, La Rioja o Lleida. “Lo bonito de mi tesis es que presumo de la colaboración de expertos punteros de todo el mundo en mis publicaciones como Wageningen (Países Bajos), Dickinson (USA), Nancy (Francia), Sicilia (Italia) o Zagreb (Croacia). Trabajar personalmente con investigadores de otros países te enriquece”, subraya el geógrafo. Prueba de ello son los profesores que colaboran y guían durante la investigación a Jesús, como el José Damián Ruiz Sinoga y José María Senciales González, ambos del Departamento de Geografía de la Universidad de Málaga, y en Alemania los profesores Johannes B. Ries y Manuel Seeger de la Universidad de Trier.








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