La pandemia por el SARS-CoV2 ha impactado en la sociedad de maneras muy diversas. Muchas personas han modificado sus hábitos debido al confinamiento, como la práctica de ejercicio físico, en que gran parte de la población ha cesado o modificado su actividad. Es importante destacar que aquellas personas que han tenido la enfermedad y las que presentan secuelas no pueden reiniciar la actividad laboral ni la deportiva de forma normal.

Desde el punto de vista físico, el confinamiento nos ha obligado a tener una actividad sedentaria o a reducir de manera significativa la actividad, con la consiguiente repercusión negativa en la condición física, en la composición corporal o en la pérdida de capacidades físicas, como la fuerza o la resistencia. Esto ha tenido consecuencias en la salud y en la capacidad para hacer frente a las actividades cotidianas, que ha sido aún más evidente en personas mayores o con enfermedades crónicas. En el caso de personas sanas que practican ejercicio de forma habitual, sea de forma aficionada o federada, el confinamiento ha provocado una situación de desentrenamiento.

Para las personas que han tenido la enfermedad de la COVID-19 la situación es muy diferente. Se sabe que el espectro de la infección va desde pacientes asintomáticos a personas que han ingresado en unidades de cuidados intensivos y han requerido soporte ventilatorio. Aunque los principales síntomas de la infección por SARS-CoV2 tienen lugar en el sistema respiratorio, el virus tiene una afectación multisistémica. Debido a la reciente aparición de esta enfermedad, aún no existen publicaciones médicas que indiquen con certeza las secuelas a medio y largo plazo, por lo que es fundamental llevar a cabo una valoración médica para identificarlas y tratarlas de forma adecuada.

En el seguimiento de pacientes que han tenido la enfermedad se están documentando síntomas o molestias residuales como son la sensación de falta de aire, el dolor torácico, el dolor muscular generalizado, el dolor articular, la pérdida de peso, la fatiga y el cansancio. Así mismo, también se ha observado una disminución de la capacidad para hacer actividad física, con la consiguiente dificultad para retomar las actividades laborales o deportivas habituales. A todas estas posibles secuelas y dificultades posteriores a la infección por SARS-CoV2 se le añade la reducción en la calidad de vida y las alteraciones emocionales que suelen experimentarse, por lo que la recuperación después de esta infección es especialmente dura.

Muchas personas, aun sin haber tenido molestias o secuelas por la COVID-19 ni por el confinamiento, no han iniciado sus actividades deportivas habituales por tener dudas o por falta de información de cómo hacerlo de forma segura. Todas aquellas personas que deseen retomar sus actividades deportivas habituales deben hacerlo de forma progresiva, pues realizar una actividad física expone al cuerpo a una exigencia elevada a la que es necesario adaptarse. Esta exigencia en una persona desentrenada, que tiene algún tipo de enfermedad o que se ha visto afectada por la infección COVID-19 puede suponer un riesgo aún mayor, principalmente desde el punto de vista cardiorrespiratorio y musculoesquelético. Así pues, es muy recomendable consultar con profesionales antes de retomar la actividad, tanto en personas sanas como en aquellas que tienen enfermedades crónicas.

Las personas que han tenido la enfermedad por COVID-19 son aquellas en las que es más fundamental realizar una correcta prescripción de ejercicio de forma individualizada. No sin primero estudiar con detalle el episodio infeccioso, identificar las posibles secuelas y hacer una valoración clínica y funcional detallada. De esta forma, se podrá retomar el ejercicio sabiendo qué hacer y en qué condiciones, siempre teniendo en cuenta las preferencias y adaptando la actividad a las necesidades y objetivos personales.

Dr. David Dominguez, Dra. Eva Ferrer, Dr. Gil Rodas. Unidad de Medicina del Deporte, Hospital Clínic y Hospital Sant Joan de Déu

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